Nací el 29
de noviembre de 1975, a las 12:10 am en Venezuela. Mi madre era una adolescente de Secundaria, séptima de 11 hermanos en una familia muy desestructurada; mi
padre, no lo sé, ni siquiera hoy, sé su nombre ya que fui concebida cuando
violaron a mi madre.
Mi primer desafío, el de nacer. Sí, has leído bien, nacer,
con el rechazo por parte de la familia materna y, tal vez, de la sociedad que
no suele aceptar a un bebé nacido en estas circunstancias.
Mi niñez fue muy dura y
complicada, llena de sacrificios y fuertes desafíos, desde vivir en hogares de cuidados
(casas de acogidas) hasta ser, entre comillas, vigilada por vecinos
maltratadores que, al final, me tenían como sirvienta para ganarme la comida
del día.
O.S. tuvo una infancia muy dura.
Mi madre rompió el primer patrón, asumir su responsabilidad
como madre aunque fuera tras una violación, alejarse de todo lo que pudiera
impedir mi crecimiento y evolución.
Con todos los rechazos y de la mejor manera que pudo, mi madre me educó y enseñó los más grandes
valores que un ser humano puede tener, entre ellos la humildad y el
agradecimiento ante toda circunstancia buena o mala.
Vivíamos en un espacio muy reducido y humilde por no llamarlo
precario, en una barriada en la ciudad de Caracas, Venezuela, en una casita de
zinc tan rudimentaria que, en días de calor, debíamos permanecer fuera para no
achicharrarnos y en días de lluvias, mejor lo dejo a su imaginación...
Llegué a mi pubertad con muchas carencias, sobre todo de
amor, ya que mi única familia tenía que dejarme sola bajo mi propia responsabilidad,
para así ella buscar qué comer. Sabía que muchas veces lo conseguía en la
basura, mis juguetes eran heredados del aburrimiento de otros niños, aún así, MI MUNDO, como yo lo llamaba, era PERFECTO.
En la adolescencia mi sueño era trabajar para ayudar a mi
madre que pasaba días enteros limpiando y planchando para que yo tuviese la
mejor educación posible.
El mejor regalo que tuve al salir de la Primaria fue mi
permiso de trabajo. En mi cabeza no
existían las vacaciones ni festivos, existía el fuerte anhelo de tener dinero
para olvidarme de pasar horas fuera de mi casita de zinc y que mi madre
terminara la Secundaria que interrumpió para apostar por mi vida.
Comencé limpiando oficinas de ejecutivos. Limpiaba e
investigaba cómo usar el ordenador, el fax, las máquinas de escribir, pasaba el
paño y tocaba una tecla, tiraba la basura y sacaba una copia y así mi jornada
era muy emocionante.
Siempre he sido una
persona muy alegre y espontánea, así que conseguí un empleo de fines de semana: Entregar volantes
en las gasolineras y, como empecé a ganar algo de dinero, ya no quería estudiar
más.
Creo que nunca olvidaré las palabras de mi madre: “Lo
que quieras lo conseguirás pero debes seguir un orden, sólo el cielo será tu
límite”. Eso me hizo recapacitar y volver a la Secundaria, pero mi
anhelo de trabajo era mucho, así que una de mis profesoras de Secundaria, a
través de su esposo, me apoyó para ser ejecutiva de ventas de pólizas de
seguros. Pasé la entrevista a la primera, ya que como cuando limpiaba hacía mi
propio master en cosas de oficina, eso estaba chupado. Mi mayor problema: No tenía ropa. Recuerdo
tener un pantalón y dos blusas pero tuve una idea: Comprar pegatinas que me
permitían cambiar el aspecto de mi ropa y así, con dos prendas, tenía un armario
repleto de ropa (claro, en mi mundo).
A los 17 años, llegué a la Universidad. A todas éstas, no
sabía si tenía familia, tíos, primos, esas personas que conforman los lazos de
sangre.
Mi madre también aprovechó el tiempo y terminó la Secundaria
e íbamos a la par en la Universidad y, con su trabajo y el mío, nuestra casita
paso de ser de zinc a madera; de cocinar con kerosene en una hornilla a cocinar
a gas en dos hornillas...
Mi mundo no podía ir
más perfecto, hasta que llegó un día que no he podido ni podré borrar de mi
calendario de vida.
Mi madre asistió al médico por encontrarse cansada y, al administrársele un
medicamento errado, mi madre no sobrevivió a un paro respiratorio. No me pude
ni siquiera despedir, cuando llegué al hospital ya estaba sin signos vitales,
sólo recuerdo su mano fuera de la manta que la tapaba, donde tenía el anillo
que intercambiaríamos cuando nos graduáramos.
Pasados los días del funeral, de lágrimas, desesperación,
rabia, me sentía perdida, sola. Mis sueños, por el subsuelo. Odié con todas mis
fuerzas a Dios, en quién siempre creí y me decepcionó.
Atenté contra mi vida
en tres ocasiones; ahora
entiendo por qué no tuve éxito. Una noche entre dormida y despierta, mi corazón
latió con mucha fuerza y me vino la imagen de un hombre rubio, ojos azules y
con una espada, vaya a saber quién era ése; más adelante me enteré de quién era
ese hombre.
Gracias a ese sueño, en un mes encontré dos empleos y aprendí
a dormir sólo tres horas. Mi casita de madera pasó a ser muy insegura, ya que
al vivir sola hubo varios intentos de violaciones. Gracias a Dios, fallidas.
Dormía en plazas o puertas de iglesias, pero como mi mundo
empezaba a ser perfecto otra vez, conseguí un tercer trabajo nocturno en un call center. Me sentía a salvo, lavaba mi
ropa en los aseos de los trabajos y los secaba con los seca manos y, si era día
de calor, se secaba encima. Me sentía fresca y limpia, ¿Qué más se puede pedir?
Ya más solvente, encontré una habitación compartida. No me
alcanzaba para comer, pero tenía paredes de verdad. Solucioné lo de la comida
comiendo bananas y mucha agua. Cuando me cansaba, bebía agua y comía muchas
bananas.
Pasados dos años, volví
a la Universidad y me gradué en Ingeniería Informática, segunda en mi
promoción, por cierto, pero trabajaba de secretaria en una petrolera y no me
encontraba cómoda allí.
Me entrevistaron en un Banco famoso de la ciudad, empecé como
asistente de la asistente de la asistente del Presidente. En tres años pasé a
ser su mano derecha. Trabajaba de sol a sol, mi mejor aliado, mi sueño, con
tres horas estaba al 100%.
Ahorré y compré mi propio piso, sin muebles y con una bella
cama de cartón, pero eran mis paredes, ya no tenía que salir cuando hacía
calor. Lo más curioso del piso es que me lo entregaron con un único objeto, un
cuadro con el mismo hombre rubio que vi en mis sueños; investigué y es un
Arcángel llamado San Miguel.
Como ya tenía todo lo material que una chica, joven y guapa
podría tener, hasta coche sin saber conducir, ¡¡¡QUERÍA MÁS!!! No estaba quieta
ni un momento, empecé a investigar cómo sería vivir en el extranjero. Aparte,
la situación del país se estaba poniendo difícil por temas de seguridad y políticos. Incluso, me habían secuestrado en dos
oportunidades para llegar a mi jefe.
Pensé en Estados Unidos, preparé todo, lo visité y no me
gustó. Panamá, tampoco y muchos más. España me sonaba porque daban un máster de
algo que me interesaba.
No fue fácil salir de mi país, aparte no tenía dinero, pero
sí muchas ganas. Lo deseé con tantas fuerzas que pedí dinero prestado y, con
algunas cosas que vendí, en otro momento explico que más hice, llegué a una
ciudad costera de España en pleno invierno, no sé cómo sobreviven al frío la
gente de aquí.
Volver a empezar de
cero, en comida,
ropa, amistades, direcciones, horarios... Los primeros meses perdía muchas
clases porque me montaba en un tren para ir a un lado y llegaba a otro, no sé
cómo lo hacía, pero era una experta.
O.S. ha vuelto a sonreír
Comencé a trabajar de secretaria, no me sentía cómoda otra
vez, visitaba cada mañana una panadería y me imaginaba detrás del mostrador
dando los buenos días a los clientes. Cuando se lo dije a la dueña, me
respondió que lo podría hacer si así lo quería, que ella había pensado vender la
panadería y ni siquiera su familia lo sabía.
Yo no tenía el dinero,
pero no dormía pensando en el olor a pan, y sin saber ni qué era un bocadillo.
Y de repente, a las dos semanas me llamaron que querían comprar mi piso en
Venezuela. Fue todo tan rápido que recuerdo que me ofrecieron por mi piso lo
que pedían por la panadería. No lo dudé y adivinen, cada mañana doy los mejores
buenos días detrás del mostrador a todos los clientes de la que es ahora mi
panadería.
Pero aun así, seguía
ese latido inquieto en mi corazón. Una mañana, la única amiga que tengo
aquí dejó su libro en el mostrador. Cuando lo agarré para dárselo, me dio un
corrientazo, me hirvieron las manos y el horno estaba apagado… Lo abrí y leí:
“SIEMBRA SEMILLAS DE BENDICION”. Lo cerré y lo volví a abrir y otra vez leí lo
mismo: “SIEMBRA SEMILLAS DE BENDICION”. Le pedí a mi amiga que me dejara su
libro esa noche. No dormí leyéndolo y, al otro día, me lo compré, lo empecé a
leer y volvía a abrirlo al azar y adivinen: “SIEMBRA SEMILLAS DE BENDICION”.
Me quise apuntar a un evento que
organizaba el autor del libro. Pero,
aunque no había plazas, yo sabía que estaría allí, sin plaza, pero allí
estaría. Lo pedí de regalo de cumpleaños. Y a la semana, no sólo me llamaron
para decirme que tenía plaza para mí, sino, también, para mi esposo.
En el segundo día del evento, mientras el autor hablaba de
mentorías sobre libros, sentí escalofríos, incomodidad total, ganas de llorar,
aún no le sé describirlo. Sólo sé que salté por encima de las personas que
tenía al lado y corrí como si se me acabara la vida, corrí tanto que fui la
primera en obtener el contrato para escribir un Best Seller. Recuerdo que ni lo
leí, pero lo firmé y, cuando regresé a mi silla, no sabía qué había hecho.
Actué como hipnotizada y aún sigo así, porque, si no, no estarían leyendo esta
historia.
Sé que este libro no llegó a mi vida por casualidad, llegó
porque desde lo más profundo de mi alma, lo había estado pidiendo, lo había
estado llamando. Pedí un mentor que abriera mis heridas y las sanara a la vez,
porque sabía que sería la persona que me apoyaría y enseñaría a dejar mi legado
en este mundo. Y, cuando tu alma grita, no hay nada que la detenga.
"Mi mundo es perfecto", sus dos primeros libros.
Porque sabía que él me ayudaría a honrar a esa persona que
apostó todo por mí y rompió patrones aceptando a un hijo proveniente de una
violación. Esto es lo que yo soy
producto de ello.
Deseo con todo mi ser
abrir una fundación para niños que no tienen para comer, quiero crear una familia aunque no
sea de sangre y quiero enseñarles que sí existe un mundo perfecto, ¡¡¡YO LO
CREÉ!!! y no importa de dónde vengo, ni los orígenes de mi concepción. Importa
a dónde voy.
O.S. son las iniciales de la mujer que ha escrito esta bella y emotiva semblanza de vida. Respetamos su intimidad y la valentía en transmitir su experiencia, con la intención de que su testimonio pueda ayudar a muchas otras mujeres que pasan por semejante situación.