por Javiera Gajardo
No recuerdo mucho los detalles, todo lo que puedo decir es que era de
noche, muy tarde de hecho, casi tres de la mañana. Yo salía de mi trabajo luego
de un largo turno que se extendió más de la cuenta. Estaba cansada, lo único en
mi mente era volver a mi departamento, tomar un baño caliente y luego me iría
derecho a la cama.
- Nos veremos mañana - Dije tranquilamente a mi compañero de trabajo en
el restaurante
- Cuídate, te veo a las seis como siempre - Dicho esto, montó su
bicicleta y fue a casa. Yo empecé a caminar por aquellas calles que ya conocía
de memoria tras cinco años viviendo en Manhattan, en la hermosa ciudad de Nueva
York. Pero por alguna razón, esa noche sentí la necesidad de caminar más
despacio, por un camino diferente al usual. No me pregunten porqué, sólo fue
una idea del momento
Jamás había estado en aquellos rincones tan oscuros de la ciudad, lo
cual me puso algo nerviosa. Decidí que lo mejor era dar media vuelta y volver a
tomar mi camino de costumbre, algo me estaba advirtiendo que ese callejón no
era seguro. Entonces hice lo que mi instinto me decía que hiciera y regresé por
donde había llegado. Me sentí mejor en cuanto vi las luces de la calle otra
vez, y sin más me dirigí a mi edificio.
Podrán decir que estoy loca o que soy una paranoica, pero desde que salí
de aquel callejón pude sentir la presencia de un desconocido que iba tras de
mí. Muchas veces di la vuelta, esperando poder verlo, no lográndolo nunca y
sólo viendo el camino que había dejado atrás. Me apresuré a poner la llave en la
cerradura, esperando estar dentro lo antes posible.
Ahí fue... cuando todo se oscureció. Creo recordar cómo una mano muy
grande, más grande que mi cara, cubría mi boca, evitando así que yo pudiera
gritar. Luego cómo un brazo, robusto y muy fuerte, rodeaba mi cuerpo,
atrayéndome hacia el suyo. Todo pasó tan rápido, que juraría que fue sólo un
segundo de mi vida el que se fue una vez que todo ya había sucedido, mientras
aquel desconocido me arrastraba hacia un sitio muy estrecho y oscuro, el cual
no era más que el espacio vacío entre mi edificio y el de junto. Me desmayé
luego de eso, o al menos eso creo, porque no recuerdo nada más.
Cuando volví en mí, abrí los ojos pesadamente, como una mañana
cualquiera, al sentir la luz llegando débilmente sobre mis ojos. No entendía
porqué mi cama se sentía tan dura, tanto, que podría jurar que estaba sobre el
pavimento. Entonces todo cobró sentido, y cuando miré a mi alrededor, me
encontraba sola una vez más, no había rastro de aquel hombre, pero sabía que
todo había sido real, ya que seguía en aquel sitio donde apenas y llegaba la
luz, alejada de todo. Traté de ponerme de pie, pero me fue imposible, todo mi
cuerpo gritaba de dolor, especialmente mi cadera, la cual por un segundo creí
tener dislocada. Me asusté y traté con más fuerza que antes ponerme de pie. Lo
logré con algunos problemas, pero fui capaz de dar algunos pasos torpes hasta
la puerta. Tuve que volver por mi bolso, el cual yacía tirado en un rincón,
busqué mi llave y entré con urgencia, y luego de eso fui a mi departamento, el
cual parecía estar a kilómetros de mí. Me tiré en mi cama y lloré como loca,
¿qué otra cosa podía hacer?
Las horas pasaron. Me sentía sucia, asquerosa y rota por dentro, por más
que tallaba mi piel con jabón no lograba apartar esa sensación horrible de mí,
lo que me hizo volver a explotar en llanto. Volví a mi habitación luego de
salir del baño, evitando a toda costa cualquier espejo, no quería verme por
ningún motivo, simplemente no era capaz de hacerlo.
Llegó entonces la hora en que debía prepararme nuevamente para otra
tarde de trabajo, pero no era capaz de enfrentar el día a día otra vez, como si
nada hubiera pasado. Llamé a Joseph, mi amigo y compañero en el restaurante, y
le dije que estaba enferma, que me disculpara con el jefe, puesto que no me
sentía con fuerzas para trabajar durante al menos unos días. Él lo entendió, me
dijo que me recuperara pronto, y cortamos.
Los días eran un infierno en vida, todo, prácticamente todo, me
recordaba aquello. Yo ya no era capaz de nada, incluso saltar de mi balcón
parecía una idea razonable y hasta atractiva, todo con tal de deshacerme de ese
dolor. Pensé en denunciar a mi atacante, pero ni siquiera había visto su
rostro, no podía identificarlo y con mi suerte quizá nadie me creería. Estaba sola,
y eso era lo peor del caso.
Me fue muy, muy difícil volver a salir de mi departamento, pero debía
hacerlo por el bien de mi salud mental. Di unos pasos fuera del edificio, hasta
la acera, pero luego regresé, estaba aterrada de que algo como eso se repitiera.
Llámenme exagerada o histérica, pero esa es la verdad.
Cumplidas tres semanas del incidente, empecé a sentirme enferma. Tenía
náuseas matutinas y por alguna razón ciertas comidas me provocaban asco, en
tanto que empecé a sentir antojo de otras que nunca me habían gustado. No
entendía qué me pasaba, pero al analizar todos mis síntomas, supuse que
quizá... la sola idea me dio más ganas de vomitar de las que ya tenía en el
momento. Corrí al baño y vacié todo lo que tenía en el estómago dentro del
inodoro, esperando librarme también de esa idea, pero no pude hacerlo,
simplemente seguía pensando en eso.
Corrí a la farmacia en cuanto los vómitos cesaron. Exigí que me
vendieran una prueba de embarazo, y en cuanto el dinero estuvo sobre el
mostrador volví a casa, directo al baño. Ignoré las miradas sorprendidas de la
gente mientras me iba, sólo me importaba saber si mis temores eran verdaderos.
La prueba estaba lista, sólo restaba esperar cinco minutos, aunque para
mi fueron como cinco días. Caminé de un lado a otro frente al lavabo, mirando
el reloj cada diez segundos, esperando porque el tiempo pasara más rápido.
Cumplidos los cinco minutos, tomé la prueba, esperando que diera negativo.
Con la mirada en blanco y cayendo de rodillas en el piso, de mi cuenta
de la horrible verdad. La prueba en mi mano era clara, dos rayas azules,
positivo. Positivo... no podía creerlo. Lloré como nunca ese día,
simplemente me quería morir ahí mismo y en ese mismo momento.
Tras esa terrible noticia, lo único en mi mente era acabar con aquel
problema, con la horrible consecuencia de lo más asqueroso y humillante que
pueda pasarla a una mujer en su vida. Primero quise intentar con pastillas,
pero me daba miedo el fuerte sangrado que pudiera sufrir luego. Quise probar
haciéndolo en una clínica, pero no quería tener que explicarle al doctor cómo
había quedado embarazada. Me sentía sin escapatoria, sola y aterrada, pero una
cosa era clara en mi mente, no tendría al hijo de aquel monstruo que había
abusado de mí, no traería a ese engendro del demonio al mundo, incluso si para
eso debía acabar con mi vida... y de hecho, eso fue lo que quise hacer.
Es increíble lo que una buena dosis de somníferos y una botella de
cerveza pueden hacer. En menos de media hora, empecé a sentirme mareada y cada
vez menos alerta, todo se nublaba a mi alrededor y lo último que sentí fue un
fuerte golpe en la cabeza luego de que ésta chocara contra el piso de mi sala.
No recuerdo más, puesto que al parecer quedé inconsciente luego.
Tristemente para mi, ese no fue mi fin, imagino que lo veían venir, de
lo contrario no podría estar contándoles esta historia. Bueno, luego de eso,
desperté en un lugar muy tranquilo, bien iluminado y de un brillante color
blanco. No me tomó mucho tiempo descubrir que estaba en el hospital. Me llevé
las manos a mi vientre, aunque luego recordé que el engendro era aún demasiado
minúsculo como para poder sentirlo, pero esperaba que ya estuviera fuera de mi
cuerpo para ese momento.
Giré mi cabeza en dirección a la puerta de mi habitación, donde pude ver
a tres personas hablando con un doctor. Me sorprendió, pero pude reconocer a
mis padres, a quienes no veía desde el año anterior. El viaje desde Michigan
era largo, ¿cuánto tiempo estuve en esa cama?
La tercera persona era una mujer no mucho mayor que yo, mi vecina
Mónica, quien era inmigrante al igual que yo, de hecho llegamos al país el
mismo año. Me atreví a creer que ella me había encontrado tirada en el suelo
luego de mi intento de suicidio.
- ¿Romina? - Dijo ella cuando me vio despierta desde la puerta. Se
apresuró a entrar y fue hasta mi cama. Mamá, papá y el doctor hicieron lo mismo
- Amiga, que bueno que estás bien - Era obvio para mi que estaba tratando de
contener el llanto
- Hija, ¿por qué lo hiciste? ¿Sabes el susto que nos hiciste pasar? -
Papá estaba enojado, pero a la vez vi que hacía lo posible por no llorar,
entonces me di cuenta que haber hecho lo que hice no fue una buena idea
- Lo lamento - Fue todo lo que se me ocurrió decir
- ¿Lo lamentas? ¿Cómo se te pudo ocurrir atentar contra tu vida de esa
forma? Y en tu estado sobre todo - Mamá también quería empezar a llorar, quise
decirle algo, pero lo último me dejó sin habla ¿"estado"?
- Señorita Acosta - Dijo aquel hombre de bata blanca y semblante muy serio
mientras me miraba - Imagino que sabe que usted tiene alrededor de tres semanas
de embarazo, si no lo sabía, espero que esta noticia la haga recapacitar sobre
sus acciones
- Yo... yo... - No sabía qué más decir, simplemente no pude más, me
quebré ahí mismo y empecé a llorar nuevamente. Mi madre entonces me abrazó para
consolarme, pero sabía que no podría estar bien hasta que esa cosa saliera de
mi cuerpo, ¿cómo era posible que haya sobrevivido?
- Tal vez sea mejor que los deje solos un momento. Pueden quedarse otros
veinte minutos, con permiso - El doctor se marchó, dejándonos a los cuatro en
la habitación
- Romi - Me dijo Mónica con su usual tono cariñoso - ¿Qué te sucede? Tú
no eres así - Tenía razón en eso
- Ya no puedo ocultarlo más - Sollozaba como loca, pero me forcé a
hablar - Si, estoy embarazada, y si, lo sabía cuando intenté quitarme la vida -
- ¿Pero por qué? - Me dijo mi padre demandando una explicación
- No puedo traer al mundo al hijo de un criminal papá, no soy capaz -
Dije con la cara completamente roja y los ojos inundados de lágrimas
- ¿Qué quieres decir con eso Romina? ¿Acaso fuiste...? - No le dejé
terminar la oración, no quería recordar lo que me había pasado. Mamá lo
entendió y me dejó llorar a gusto por otros diez minutos más. Cuando finalmente
me calmé, mamá me acariciaba el cabello y papá tenía una mano en mi espalda,
dándome a entender que no estaba sola
- Gracias - Para entonces ya estaba un poco más calmada - Lamento haber
hecho lo que hice, fui una idiota -
- No eres una idiota mi amor, sólo estabas asustada y no mediste bien
las consecuencias, pero por favor no vuelvas a hacer una cosa como esa, ¿sabes
cómo sufrimos tu madre y yo cuando nos llamaron a mitad de la noche y nos
dijeron que habías intentado suicidarte? -
- Ahora lo sé - Era la verdad. Mamá entonces suspiró y me habló con tono
serio
- Ahora hija, lo importante es que tú y el bebé están bien - Mi humor
cambió drásticamente cuando dijo aquello
- ¿Cual bebé mamá? Lo que tengo dentro ni siquiera es humano, y lo peor
es que está ahí por culpa de un degenerado que abusó de mí -
- Romina, sé que estás enojada, pero no puedes descargar tu ira contra
un inocente - Eso fue un regaño, pero me lo dijo tan dulcemente que por un
momento me sentí culpable
- ¿"Inocente"? Yo soy la víctima aquí mamá, fue a mi a quien
violaron ¿lo olvidas? -
- Claro que no lo he olvidado, fue un crimen atroz, y creéme que haremos
hasta lo imposible por atrapar a ese hombre, pero por favor, no mates a un bebé
que... -
- Engendro - Le corregí - Lo que llevo dentro es un engendro, el hijo de
un demonio, y me voy a deshacer de él quieran o no -
- Habla con ella Antonio - Esperaba que papá me entendiera, él siempre
me ayudaba cuando mamá y yo discutíamos por algo
- Amor, tu madre tiene razón -
- ¿Qué? -
- Haznos caso hija, ¿de qué te servirá abortarlo? ¿Quieres sufrir más de
lo que ya has sufrido hasta ahora? Ya tienes veintiséis años, eres una mujer
adulta, pero nuestro deber es cuidar de ti cuando lo necesites, y eso haremos -
- ¿Cuidarme? ¿Me cuidarán haciendo que de a luz a un monstruo? - Yo
estaba enfurecida
- Romina, baja la voz, estás en un hospital - Mamá se había puesto
firme, odiaba eso
- No puedo creerlo, ¿quieren que enfrente sola nueve meses de tortura? -
- ¿Quién dijo eso? No vas a estar sola, nos tienes a tu madre y a mí.
Cuidaremos tu embarazo y te apoyaremos, y en cuanto al bastardo que te hizo
eso, yo mismo lo buscaré y lo mataré si hace falta - Papá hablaba en serio,
aunque lo último me dio algo de miedo, pero más por él que por el degenerado
que abusó de mí
Finalmente y contra mi voluntad, tuve que hacerle caso a mis padres.
Odié cada minuto de esos horribles meses de embarazo, sabiendo que dentro de mí
se gestaba una vida que no debería existir, un monstruo, el producto de un
asqueroso pecado. Quise abortar muchas veces, pero mi madre me lo impidió
siempre. Cuando tenía siete meses, me sacó a rastras de una clínica de
Paternidad Planeada, a la vista de muchas personas. Me advirtió que esa gente
era peligrosa, cosa que confirmé por mí misma cuando uno de aquellos doctores
la tomó del brazo para hacer que me soltara, alegando que me harían el aborto.
Ese sujeto luego tiró a mi madre al piso, pero fui en su ayuda. Decidí hacerle
caso a ella y no a aquel doctor, y juntas fuimos de regreso a casa. No dije
nada, pero creo que quedó claro que no volvería a ese lugar, aunque no porque
quisiera a ese engendro, sino porque no quería que mamá volviera a sufrir.
No hablamos de aquel incidente, y papá no se enteró de lo ocurrido.
Una mañana fría y muy nublada de invierno, a eso de las ocho, comencé a
sentir fuertes contracciones no bien me desperté. Sabía perfectamente que eran
dolores de parto, y supe que el monstruo quería dejar mi cuerpo al fin. Mi idea
era sacármelo cuando aún era del tamaño de un grano de arroz, pero por escuchar
a mis padres terminaría expulsando esa cosa cuando ya era tan grande como una
sandía. Lo maldije a él y al degenerado que me violó incontables veces mientras
era llevada al hospital. Mamá me gritaba que resistiera mientras papá conducía.
Era domingo y era temprano, así que casi no habían autos en la calle, pronto
llegaríamos y mi sufrimiento por fin acabaría.
El parto fue la parte más horrible de todo, me gritaban que pujara
mientras una enfermera limpiaba el sudor de mi frente, pero yo me negaba a
hacerlo. Finalmente no tuve elección, si quería que todo acabara, debía pujar.
Di mi mayor esfuerzo, intentando que esa cosa saliera en un solo intento. Para
sorpresa de todos ahí, así fue. Estando casi al borde del desmayo, pude
escuchar un fuerte llanto, cosa que alegró a todos... menos a mí, yo solo
estaba feliz de que ese horrible embarazo finalmente hubiera acabado.
- ¡Es un niño! - Gritó alguien, no sé si era un doctor o una enfermera,
estaba tan cansada que ni siquiera noté cómo era la voz. Estaba por cerrar los
ojos, pero entonces, un imbécil acercó ese monstruo hacia mí, no sé para qué.
Su rostro era la cosa más horrenda que haya visto jamás, y aunque no pudiera
saberlo con seguridad, estaba segura que era igual al infeliz que me violó
aquella noche. Si, estaba exhausta, pero de alguna forma recuperé fuerzas
suficientes para gritar
- ¡Aléjenlo de mí! ¡Si no lo hacen lo voy a matar! - Estaba tan furiosa
que esa cosa empezó a chillar. Yo no pude más, y tomé lo que tenía más cerca,
las mismas tijeras que habían usado para cortar el cordón. Tenía la esperanza
de clavarlas en su cabeza y así hacer que se callara de una maldita vez, pero
me lo impidieron. Me sujetaron, me decían que me calmara, en tanto que una
mujer de blanco tomó al engendro y se lo llevó de ahí. No bien lo hizo, me
sentí más tranquila. Me desplomé sobre la cama, respirando agitada, esperando
no volver a ver a esa cosa jamás. Entonces lloré amargamente, sentía que ese
infierno no había acabado, que apenas iba a comenzar
Cuando me dieron el alta, papá fue junto con Mónica a recibirme a la
salida. Los abracé a ambos y lloré de felicidad al verme con gente conocida y
que me amaba. Subimos al auto, y al llegar a mi edificio, mamá se alegró al
verme otra vez. La abracé por largos segundos, tratando de olvidar por un
momento lo ocurrido en los últimos nueve meses.
Un llanto entonces rompió el silencio en el que estábamos. Recordé luego
que esa cosa dejó el hospital antes que yo. Mientras mamá lo atendía y lo
cuidaba, yo quedé bajo observación de médicos y psicólogos, sin mencionar que
la policía me interrogó, puesto que aún seguía la investigación para encontrar
al hombre que me había violado.
Sospechaban de un violador en serie que era buscado intensamente en más
de diez estados. Como el momento de mi ataque coincidía con la época en la cual
él había empezado su carrera criminal, sin mencionar que lo que me ocurrió era
muy similar al modus operandi que él usaba, era que lo tenían como al principal
sospechoso.
- Señorita, una última cosa, si no le molesta, necesitamos algo que
verifique que él fue el culpable, así que necesitamos que autorice una prueba
de ADN, cuando lo atrapemos, compararemos la muestra que le hayamos tomado con
la que obtuvimos de su hijo. Si coinciden, entonces será la prueba definitiva
para poder ponerlo tras las rejas -
- Hagan lo que quieran con esa cosa, ese engendro no es mi hijo - Mi
tono era apático, a esas alturas ya la verdad nada me importaba
Finalmente, se confirmó que aquel violador en serie, el cual había sido
culpable de más de ochenta ataques sexuales y posible sospechoso de otros
quince, había sido mi atacante. Tenerlo en la cárcel era un alivio, ya que
jamás volvería a dañar a más jóvenes inocentes, pero tristemente eso no iba a
devolverme mi vida, tampoco a las demás mujeres que violó y posiblemente luego
mató. Yo no fui una de ellas, pero cuando veo a aquel monstruo, desearía haber
acabado muerta también, cualquier cosa es mejor a criar al hijo de un violador.
El lloriqueo incesante de esa cosa era ensordecedor, cada noche era lo
mismo. Muchas veces debía cubrir mi cabeza con la almohada para no escucharlo,
y eso se prolongaba hasta que mi madre se levantaba a darle el biberón o
cambiarle el pañal. Realmente no me importaba cómo lo callara, en tanto lo
hiciera.
Una tarde, mi padre debía trabajar y mamá había ido a visitar a unas amigas
que también vivían en la ciudad, así que yo me quedé sola con esa cosa. Traté
de distraerme haciendo cualquier cosa, ignorando que estaba ahí. Mamá decía que
confiaba en mí y en que lo cuidaría, era "mi hijo" después de todo.
Yo sólo asentía, esperando convencerla de que estaba de acuerdo con ella. Por
fortuna estaba callado, así que las primeras tres horas fueron tranquilas.
Cumplida la cuarta hora, el engendro comenzó a llorar. Yo estaba en la cocina,
y el ruido me tomó tan desprevenida que casi me atraganto con un trozo de
manzana que estaba comiendo. Me enojé y fui a su cuna.
- ¿Y ahora qué demonios quieres? - Le dije, aunque era obvio que no
podía responderme. Me miró un momento, para luego volver a llorar. No quería
escuchar eso, así que lo miré de forma amenazante y muy de cerca - Escucha bien
enano, o cierras el pico o yo misma te lo cierro de una bofetada, ¿oíste? - No
sirvió, eso simplemente lo hizo gritar más fuerte - ¡Que te calles te digo! -
Yo no podía más, cubrí mis oídos y me alejé de él, caminé hacia un rincón y me
hice un ovillo ahí, esperando a que el ruido parara. No lo hizo, nunca se
calló, y yo ya no podía más. Me puse de pie, me le acerqué otra vez y puse mi
mano en el aire - Te doy hasta que cuente tres para que te calles - A cada
segundo, el llanto era más fuerte - ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! - Cuando estaba por
golpearlo en la cara, escuché que alguien me llamaba
- ¡Romina! - Era mi madre, quien estaba en la puerta, pero en dos
segundos estaba parada entre la cuna y yo, en lo que seguía con la mano en el
aire - No te atrevas, hablo en serio, si le pones una mano encima, te
arrepentirás, ¿me oyes? - Pensé que iba a golpearme, como yo pensaba hacer con
él, pero mamá jamás fue capaz de hacer tal cosa conmigo, sin embargo su mirada
me dejó claro que si no me controlaba, entonces no tendría más opción. Yo bajé
mi mano y dejé que ella tomara a esa cosa para que dejara de llorar, en tanto
yo me alejaba
Miré mis manos mientras mamá me daba la espalda, pensando si de verdad
habría sido capaz de darle una bofetada a ese enano, como acababa de llamarlo.
El tiempo pasó, y el ruido había parado hacía un rato, lo que nos sumergió en
un silencio realmente incómodo a las dos.
- Mamá... yo... - Traté de decirle, ella hizo un gesto para que me
callara y fuímos a otra habitación, a la que ella compartía con papá luego de
haberse mudado a la ciudad. Su expresión era muy seria, y eso me hizo entender
que estaba muy enojada
- Romina, ¿cómo se te ocurre amenazar a un bebé con golpearlo? ¿Alguna
vez tu padre o yo fuimos violentos contigo cuando eras niña? Claro que no, ¿y
sabes por qué? Porque sin importar lo que hicieras, sabíamos lo importante que
era que entendieras que los problemas se solucionan con palabras, pensé que te
habíamos educado bien, pero veo que me equivoqué, no sé en qué momento te
volviste tan fría, al punto de querer vengarte de un bebé indefenso -
- Creí que entendías el sufrimiento que sentía luego de haber sido
violada, ¿cómo puedes no entender lo grave que eso fue? ¿Acaso eso no te
importa o qué? - Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, pero mamá siguió
con su tono de antes
- Por supuesto que me importa, porque eres mi hija, ¿por qué crees que
estuvimos todo este tiempo ayudando en la investigación para atrapar a ese
degenerado? Muchas veces tu padre ni siquiera durmió por quedarse junto al
teléfono en caso de que llamaran para darnos una nueva información, hicimos
hasta lo imposible, así que no digas que no nos importa porque eso no es verdad
- Haberle dicho eso la hirió, y yo me sentía culpable por ello. Sentía una
enorme vergüenza por todo, tanta, que escondí mi cara en mis manos. Mi madre
suspiró y puso una mano en mi hombro
- Estoy mal de la cabeza mamá, he tratado a ese niño como si él mismo
fuera mi violador, cuando no es más que un bebé. Me puse histérica cuando lo vi
por primera vez, creyendo que eso me haría olvidar mi sufrimiento cuando no fue
así. Dios, soy un monstruo - Finalmente volví en mí, ya no sentía ira contra
ese niño, como por fin me digné a llamarlo, pero si contra mí misma y contra el
hombre que nos hizo todo eso a mí y a mi familia
- No eres un monstruo, solo estás traumada y asustada. Nada justifica
que hayas intentado dañar al pequeño Mauricio, pero al menos te diste cuenta de
tu error antes de que ocurriera una tragedia - Fue entonces que la miré
- Pero un día quizá ocurra, no tendré control de mí misma y quizá cuando
me de cuenta él podría estar muerto frente a mí, no quiero eso, no quiero
volverme una asesina. Por favor mamá, vuelve con papá a Michigan y llévense a
Mauricio con ustedes, no podría soportar hacerle daño -
- ¿Y qué hay de ti hija? Si no estás bien, necesitarás de alguien que
esté contigo -
- Me internaré en una clínica, buscaré ayuda para mi trauma, haré lo que
sea por volver a ser la misma persona de antes, el haber sido violada fue una
experiencia horrible, pero quiero salir adelante. Por favor mamá, necesito que
hagan esto por mí - Mi madre se quedó muda un largo tiempo, al parecer lo
estuvo meditando - Está bien - Me dijo por fin - Apenas tu padre vuelva le diré
que volveremos a nuestra vieja casa, y que te reunirás con nosotros una vez que
estés bien de nuevo - Estaba sumamente agradecida con ella al saber que
mientras durara mi rehabilitación, tendría un lugar al cual volver y una
familia que me estaría esperando
Esa misma semana, mamá y papá me acompañaron hasta el Instituto
Psiquiátrico de Nueva York, donde tomaría terapia para superar el trauma que
supuso aquella violación. Ambos prometieron cuidar bien de mi hijo, a quien con
el tiempo aprendería a ver como tal, no sería fácil, mucho menos algo rápido,
pero algo me decía que podría lograrlo si me esforzaba en eso.
Al despedirme de ellos, tomé mis maletas y entré al enorme edificio,
donde me vi rodeada de doctores que velarían por mi salud mental durante el
tiempo que estaría internada. Me trataron bien desde el comienzo, haciendo cada
paso mucho menos duro de tomar. Si hacía todo lo que me decían, estaría curada
en poco tiempo.
En la clínica me diagnosticaron Trastorno Explosivo Intermitente debido
al Síndrome de Estrés Postraumático, en palabras simples, luego de ser violada
quedé con un severo trauma psicológico, el cual me generó estrés, y debido a
ese estrés, sufría de ataques de ira ocasionales, los cuales me llevaban a ser
violenta con todo el que estuviera cerca de mí. Mis doctores me aseguraron que
ambas cosas tenían tratamiento, el cual debía empezar de inmediato, para así
poder disminuir mis síntomas y volverme una persona que ya no representara un
peligro para nadie, pero era necesario comprometerme y poner de mi parte si
quería sanarme, cosa que hice sin pensarlo dos veces.
Fue un año completo de terapia y medicamentos. Me ayudaron a enfrentar
mis miedos y a controlar mis ansias, y poco a poco pude recobrar mi antigua
personalidad. Si bien la violación era un recuerdo presente en mi vida, me
hicieron entender que lo ocurrido no fue mi culpa, y que mi hijo sólo había
tenido la mala suerte de llegar en un momento desafortunado de mi vida, pero
que no por eso no podría gozar de una vida normal, en tanto estuviera dispuesta
a dejar que la tuviera.
En mayo del año 2007, cuando Mauricio ya había cumplido un año de vida,
me dieron el alta. Agradecí a mis doctores personalmente justo antes de irme.
Mi padre me esperaba en un taxi que nos llevaría a la estación de autobuses,
para emprender el viaje hasta Iron River, donde volvería a ver a mamá y a mi
hijo, luego de tanto tiempo sin contactarnos más que por e-mails y por
teléfono. No sabía si podría llegar a ser una buena madre para él, menos luego
del modo tan horrible en que fue concebido, pero iba a hacer el intento, era lo
menos que merecía luego del modo tan injusto en que lo traté.
Actualmente, Mauricio Ismael Acosta, mi hijo y la alegría de sus
abuelos, tiene casi diez años de edad, y cursa su cuarto año de primaria. Ambos
vivimos con mis padres, pero pasadas las fiestas de fin de año nos mudaremos a
nuestra nueva casa. Tenemos una relación madre-hijo relativamente normal, es un
niño algo hiperactivo pero inteligente, aunque a veces saca malas calificaciones.
Lo he educado tal como mamá y papá hicieron conmigo, para que sea un niño como
cualquier otro y tenga una vida tranquila, para que no se vuelva un monstruo
como el hombre que me atacó. No puedo decir que es su padre, porque fui yo
quien lo crió, por tanto es hijo mío, de nadie más.
Como nota final, quiero aclarar que con el tiempo pude darme cuenta que
mi hijo me enseñó mucho, creo que más que yo a él. Cuando lo veo, veo a un
niño, a una personita maravillosa, no al degenerado que me hizo tanto daño, y
cuya ausencia no habría hecho mi vida mejor de lo que es ahora. Él no fue mi
decisión, pero comprendí que eso no hacía su vida menos valiosa que la de
cualquier otra persona. Me alegra no haber tenido que cometer la locura de
abortarlo para darme cuenta de eso.