Alisha Weiler
Creo que estoy
preparada para contar mi historia: cómo quedé embarazada por una violación.
Pienso que cuantas más contemos lo que nos pasó más conseguiremos que nos
escuchen. Esto resulta muy duro para mí, pero en algún momento hay que dar la
cara.
Alisha y su hijo recién nacido
Cuando tenía 18
años acudí a una cita a ciegas con mi mejor amiga y su novio. Ella estaba
embarazada. Se suponía que debíamos encontrarnos en la bolera, pero el vehículo
del chico con el que debía citarme no arrancó y quedé con él en el bar de su
padre adoptivo. Ahí bebimos bastante: mi amiga no lo hizo, pues estaba embarazada,
pero sí su novio, el chico a quien acababa de conocer y yo misma. Nunca antes
había bebido de aquel modo, era bastante ingenua en este sentido. Aquel
muchacho siguió sirviéndonos alcohol. Yo estaba por debajo de la edad legal que
permite beber, pero no hice caso alguno.
Acabé sintiéndome
fatal, vomitando en el suelo del baño. Recuerdo que alguien me llevó hasta el
vehículo del novio de mi amiga y me dormí. Me desperté en el apartamento del
muchacho con el que había acordado la cita a ciegas. Había solo un sofá y nada
de luces. Me pareció muy raro. Aquel chico me colocó en el suelo de la
habitación y yo me dormí de nuevo. Me desperté más tarde, desnuda y dolorida,
con él encima de mí. Estaba absolutamente aturdida, pero aun así comprendí lo
que estaba sucediendo y le dije que parase. Intenté echarle a un lado, pero era
más fuerte que yo y no pude. Empecé a chillar. No entendía por qué me habían
dejado ahí sola y tampoco que nadie me oyera gritar.
Después de
violarme abandonó la habitación y me dejó allí, sola. Me puse unos pantalones
que encontré en el apartamento. Me senté, las rodillas tocando mi pecho, cabeza
gacha entre mis manos, balanceándome adelante y atrás, llorando y confusa.
Después de unos minutos, él regresó e intentó violarme de nuevo. Agarró mis
brazos y trató de forzarme, pero yo luché con renovadas fuerzas. Se puso
histérico y se marchó, dando un terrible portazo.
Me incorporé
rápidamente, abrí la puerta y grité con todas fuerzas, esperando que alguien me
oyera. Temía que aquel hombre regresara. Entonces, descubrí que mi amiga estaba
en la habitación contigua. Le conté lo que me había pasado y me dijo que
también la había intentado violar a ella. Estaba hundida porque su novio y
aquel muchacho lo habían planeado todo. Afortunadamente, a ella no la consiguió
violar, pero en la lucha por intentarlo la maltrató de tal modo que acabó
perdiendo el bebé que llevaba en su vientre.
Su novio no
estaba en la habitación en esos momentos así que nos hicimos compañía durante
un rato. Poco después, su novio apareció y decidió llevarnos a casa.
Nos dejó cerca
de la casa de mi amiga; tuvimos que caminar un pequeño trecho. El novio de mi
amiga me dijo que el muchacho que me violó sentía mucho lo que me había hecho.
A la mañana
siguiente mi amiga se dio cuenta de que había perdido el bebé que esperaba. Yo
sentía una enorme vergüenza por lo sucedido y no me atrevía a contar a mis
padres y a nadie que había sido violada.
Ocho semanas
después me di cuenta de que estaba embarazada. Cuando los médicos y enfermeras
supieron que había sido por una violación intentaron convencerme de que lo
mejor para mí era que abortara el bebé o lo diera en adopción. ¡No me lo podía
creer! Estaba traumatizada y querían que lo estuviera todavía más. ¿Más
violencia? ¿Más dolor? ¿Por qué iba yo querer matar a una inocente criatura?
¿Por qué Dios iba a concederme ese regalo y yo negarme a recibirlo y arrancarlo
de mi vientre como si fuera basura? ¡Mi bebé era un ser humano y merecía vivir!
Mis padres
supieron de mi violación y embarazo cuando me oyeron hablar por teléfono con
una amiga mía. Se entristecieron porque en aquellos dos meses no les había
contado nada, pero me dieron todo su apoyo y comprensión, para mí y para el
bebé que esperaba. Me habían educado en el respeto a la vida y yo sabía que no
estaba bien matar a esa inocente vida que crecía en mi interior.
Cuando mis
padres tuvieron noticia de la violación procedieron a denunciar el crimen
cometido. También mi amiga emprendió acciones legales por el intento de
violación sufrido y la pérdida de su bebé. Ambas conseguimos órdenes de
alejamiento de nuestro agresor. Todo aquello había sucedido en Florida. Luego,
con mis padres, nos trasladamos a Texas cuando mi hijo cumplió cuatro meses;
sin embargo, el ritmo de la justicia se iba desarrollando muy lentamente.
Mi mayor
preocupación era lograr que el agresor no tuviera derechos algunos sobre mi
hijo. Pero, en aquel momento, la ley de Florida no nos protegía ni a mí ni a mi
bebé. Con todo, poco tiempo antes se había propuesto en aquel estado la ley
sobre la custodia de los hijos de los supervivientes de una violación, para
terminar con los derechos paternos de los violadores. Así que, para conseguir
la protección esperada, conseguí un acuerdo con su abogado por el cual mi
agresor renunciaba a sus derechos como padres siempre que yo levantara cargos
contra él.
Me sentí
culpable de no continuar con la acusación porque pensaba que aquel hombre podía
continuar sus fechorías con total impunidad; pero mi objetivo primordial en ese
momento buscaba mi protección personal y la de mi hijo. Fue muy duro negociar
toda aquella situación, incluso el solo hecho de pensar que debía regresar a
Florida y encontrarme con él en el juzgado.
Cuando miro a mi
hijo nunca le veo como el fruto de una violación. La vida ha sido generosa
conmigo y con mi niño. Es inteligente y buen estudiante. Ahora está cursando
Séptimo grado en la escuela. Sabe lo que sucedió y está enormemente agradecido
de haber podido vivir. Algún día se hará mayor, se casará, tendrá hijos y
nietos.
Él sabe que
mucha gente piensa que si una persona ha sido concebida como resultado de una
violación no merece vivir y debe ser abortada. Me ha dicho muchas veces cuán
feliz está de que yo no lo hubiera hecho y lo contento que está de vivir. Mi
hijo no ha hablado todavía con nadie sobre su historia personal. Estoy
convencida que evita hacerlo para que nadie pueda burlarse de él.
Le he comentado
que nuestro mundo puede ser un lugar frío y duro, pero que yo debía contar mi
historia para que la gente sea consciente que esos bebés como él no merecen
morir por el crimen de otra persona. Quiero promover el mensaje de que hay
muchas mujeres que, como yo, aman a sus hijos concebidos en violación y que,
como mi hijo también, merecen vivir y hacerlo sin avergonzarse.
¿Por qué hay
gente que piensa que está bien arrebatar a esos niños inocentes su derecho a la
vida? Es el momento de hablar alto y claro en defensa de esas criaturas que
ningún mal han hecho y que merecen que su vida no les sea negada, nunca.
Durante muchos
años me he sentido como la única mujer que ha sido violada y que ha educado
sola a su bebé. No puedo describir la soledad que sentí entonces. Pero ahora, a
través de Salvar El 1, he contactado con decenas de otras madres. Quiero que
otras mujeres sepan que no están solas, que las apoyamos y las comprendemos.
BIO: Alisha Weiler trabaja en cuidados infantiles, es madre de dos niños y
reside en Florida. Es bloguera de Salvar El 1 (Save The 1)
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