Saturday, February 17, 2018

Todo el mundo animaba a mis padres a que me abortaran, por Stephen Johnson


Me llamo Stephen Johnson. Nací en la India pero me eduqué en Kuwait, en Asia Central. Estoy casado con una hermosa mujer llamada Rinku. Ambos servimos al Señor allá donde nos lleva Su voluntad. Quiero compartir mi testimonio de cómo Dios obró un milagro en mi vida y me convirtió en la persona que ahora soy.


Tuve el privilegio de nacer en una familia cristiana, concretamente, en una familia de tradición cristiana desde hace cinco generaciones. Tengo dos hermanos, ambos mayores. Mi hermana que es la mayor, estudió Medicina y se ha establecido en Canadá. Mi otro hermano es ingeniero y piloto; vive en Australia. Yo estudié ingeniería de sonido.

Mi madre tomaba pastillas anticonceptivas cuando empezó a  sentir movimientos dentro de su abdomen que continuaron durante meses. Visitó a tres médicos y ninguno le dijo que había algo anómalo o preocupante. Consultó a otro doctor y éste le dijo que estaba embarazada. Para estar segura, fue a un último doctor quien le confirmó que estaba esperando un bebé – a mí.

De esta manera mis padres supieron de mi existencia y las noticias que iban a recibir de los médicos no iban a ser muy alentadoras. Dijeron que el bebé venía en una posición anormal para las semanas de  gestación que tenía. Mis padres estaban devastados, no sabían cómo reaccionar.

Entonces, hablaron del diagnóstico médico con su familia, su iglesia y otros parientes. No recibieron, en general, una buena respuesta por  parte de todos ellos. Unánimemente, les dijeron que debían abortar aquel bebé porque ya tenían un niño y una niña: “¿Por qué quieren un tercer hijo?”. Mis padres estaban terriblemente confundidos, no sabían que hacer ante una decisión tan importante.

Un día, mientras mis padres estaban en su habitación, sintieron la presencia de Dios que les decía: “No maten a este niño porque yo voy a enviarlo a las naciones para proclamar la buena nueva”. Ambos oyeron la voz de Dios y desde ese día tuvieron claro que, pasara lo que pasara, harían caso omiso a los consejos recibidos por sus allegados e iban a preservar mi vida. Desde ese instante, me consagraron a Dios y a su ministerio pastoral.


Pasaron los meses y el diagnóstico en las sucesivas revisiones médicas no variaba. Les decían que yo estaba creciendo de modo anormal, incluso “si nace, no tendrá brazos ni piernas”, o también que “el bebé nacerá sin algunas partes de su cuerpo”. Llegaron a decirles que sería ciego. Lo intentaron todo para que me abortaran. Por supuesto que todo aquello inquietaba a mis padres, pero sabían que Dios obra milagros y confiaban en su amor providente.

Por fin, mi mamá me dio a luz y nací perfectamente sano, como un bebé normal. Todo lo que habían pronosticado los médicos se fue al traste: Dios le había dado la vuelta por completo y me había bendecido con plenitud de vida. Tenía una visión perfecta, ambas piernas y brazos. No presentaba ningún tipo de discapacidad.

Sin embargo, con el tiempo mis padres notaron que yo me comportaba de modo muy pasivo y que apenas interactuaba con nadie, tampoco con ellos. Intentaban comunicarse conmigo, pero yo no era capaz de responder. Pasaron los meses, los primeros años y pensaron que yo había nacido mudo. No podía pronunciar una sola palabra. No podía llamar ‘papá’ y ‘mamá’ a mis padres. Cuando se cercioraron de este hecho, se hundieron.


Cuando la gente se enteró de lo que ocurría, empezó a burlarse de mis padres de nuevo, diciendo: “Deberían haber matado a este bebé. Ahora sufren viendo que no puede hablar”. Pero mis padres recordaban la voz de Dios y confiaban en Él. Empezaron un tiempo de oración y ayuno por mí.

Una noche, tuvo lugar un encuentro religioso de gran magnitud en Kuwait. Mis padres nos dejaron a mis hermanos y a mí en casa. Antes de que la reunión terminara, el pastor que la presidía preguntó si algún asistente estaba necesitado de sanación. Pidió que levantara la mano e implorara con fe el poder sanador del Señor. Así fue: mis padres levantaron ambas manos y oraron por mí. En ese encuentro muchos consiguieron ese don. Mis padres estaban felices porque pensaba que yo también había recibido aquella gracia. Regresaron a casa esperanzados, pero en cuanto empezaron a hablarme, vi como sus rostros se entristecían porque seguía como siempre. Dios no me había curado aquel día. Sin embargo, ellos se arrodillaron y empezaron a rezar con renovadas fuerzas.

Al día siguiente, a su vuelta del trabajo, oyeron una voz que nunca antes habían oído en casa. Se preguntaban cuál de mis hermanos podía ser el responsable, pero ellos estaban jugando alegremente con sus juguetes. Entonces, me buscaron y me encontraron escondido detrás de una puerta: estaba cantando una canción de Navidad. Al instante, supieron que la gracia de Dios me había tocado y me había sanado. Tenía cuatro años y medio. Desde entonces, Dios nunca ha dejado de protegerme.

Dios pudo haberme curado cuando nací, pero no lo hizo porque quería probar la fe y obediencia de mis padres. Quiso que vieran con sus propios ojos que, cuando confiamos plenamente en Él, siempre soluciona las cosas.




BIO: Stephen Johson, está casado, es misionero y bloguero de Salvar El 1. Stephen y su esposa Rinku desempeñan su labor evangelizadora en África y en el Norte de India. Pueden ponerse en contacto con él a  través de  Facebook, Instagram y YouTube.
Para leer su testimonio en Inglés (Save The 1)

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