Tuesday, August 18, 2015

EN LA OSCURIDAD Y SOLA

por Cecilia E. Rdguez. Galván.




“El camino que seguía era siempre el mismo. Eso me daba cierta seguridad y me sentía confortada por el aroma a flores que en primavera llenaba la atmósfera... No podría haber imaginado lo que pasaría. Caminaba sin prisas, como siempre; observando el paisaje y a la gente…cuando un golpe, como de relámpago, me nubló la vista, una mano fuerte y fría rápidamente me hizo ir unos pasos hacia atrás, tropezando con mis propios pies. Un olor, un olor que se impregnó en mi misma y unos ojos rojos, embravecidos, de bestia, que me miraban sin mirarme y me atravesaban como un cuchillo, la boca abierta…la rabia en su mirada…y una voz, un bramido, un rugido…era una bestia.

Con fuerza, me sometió con un cuchillo al cuello; traté de liberarme de esa bestia con todas mis fuerzas. Una mano sudorosa me cortaba la respiración y el habla, no podía contra tal fuerza y la bestia disfrutaba el esfuerzo, como si eso quisiera. Me traspasó con terrible dolor, me torturó, me utilizó, me corrompió. Descargó sus más bajos instintos sobre mí… De proporción inmensa, dejó en mí cicatrices imborrables, heridas que no sanan, la locura por dentro, poseída por tal ira me convertí en quien no era.  Ahora, esa ira era parte de mí.

El tiempo no sanó sino los huesos, las heridas superficiales. El tiempo pasaba sin pasar, los segundos y minutos no se detenían y tampoco avanzaban, la vida estaba estancada… lo sabía, el torturador había hecho un daño profundo, uno que no era perceptible a simple vista. Mis sueños, mi tranquilidad, mis pasos no eran ya los mismos, caí en una profunda depresión, sin luz, sin retorno, sin salida.

Pero el monstruo no me había dejado del todo ese día, me perseguía en sueños, en voces y olores que sólo yo  percibía, su mirada, esos ojos  podía verlos en todos. En todos…hasta en mi misma. La locura llegó a tal extremo que sentía crecer dentro de mí a mi atacante, lo sentía, oía latir su corazón, estaba al borde de la locura, no encontraría paz hasta deshacerme de “eso” que me mantenía atada a ese monstruo. Decidida, tomé la decisión, no había cordura en ella, la perdí ese día, la perdí junto con mis sueños y planes, con mi alegría, con la seguridad de mi vida; ahora todo era oscuro, todo era sombrío, nada parecía correcto, nada parecía perfecto, el aire faltaba.

Estaba segura que necesitaba sacar de dentro de mi “aquello” que crecía sin mi permiso, sin mi conciencia, busqué terminar de cualquier forma con “eso” y decidí envenenarle. Sin embargo, su fuerza era mayor y no logré mi cometido.  Traté diferentes formas, ninguna funcionó, parecía estar aferrado a mí, sepultado conmigo; respiraba conmigo, en tanto yo no muriera, “eso” tampoco lo haría…y sin embargo, cada vez que intentaba un truco nuevo era yo la que moría un poco…¡ayuda!, la ayuda que busqué ese día y que nadie me brindó, eso era lo que necesitaba, la encontraría ahora, la encontraría…

¡Eso! Un especialista de bata blanca, con limpias manos e instrumentos, en un ambiente seguro y con voz tranquila, uno de los “buenos”. Acudí  ahí donde me ofrecían la paz que buscaba a costa de un precio. Ni medí los ceros, pues cualquier precio era poco para recuperar algo de lo perdido.

Llegué puntual a la cita, me calmó la seguridad de las personas que me miraban satisfactoriamente por la decisión que tomaba. Estaba convencida, era necesario sacar “eso” de mí, que crecía y crecía y que me enloquecía un poco más cada día…era urgente actuar ya.

El olor ahora era distinto, pero mi corazón latía tan rápido como en aquella terrible hora. Mi respiración aumentaba y el sudor se hace presente… “tranquila, tranquila que pronto pasa”.

El especialista llegó con una sonrisa, una bata inmaculada y acompañado de otras personas de mirada extraña.  Empezó todo demasiado aprisa, no había tiempo que perder, tomé la decisión un poco tarde, pero “nada pasaría” según me explicaron antes.  Un poco de dolor, nada comparable, esperar un poco, yo miraba el reloj, el movimiento de sus manecillas. Escuchaba el tic-tac de su avance, nada pasó, nada, ¿Qué sucede? No ha sido suficiente, el dolor que traspasaba mi alma se convertía en angustia, mi corazón más rápido, tic-tac del reloj, miradas extrañas, “no importa, haremos alguna otra cosa, tu tranquila”… sentí las convulsiones, el retorcerse de su cuerpo lastimado, de repente un dolor, como de rayo, lo conozco, lo sentí antes. ¿Qué sucede? Ahora los instrumentos, el sonido, el olor, las voces, con rapidez asombrosa penetraron en su espacio, en su intimidad, lo torturaron, lo asustaron, tic-tac más rápido, angustia, ¿Por qué siento angustia? Una máquina, con la frialdad de esa máquina le destrozaron, poco a poco y sin remordimiento en sus miradas, una sonrisa.  La sangre brotaba sin pausa, las armas del homicidio fueron dejadas a un lado, todo había concluido.

Impecables en su vestir, los tres salieron sin mancha, dejaron la habitación con el olor a sangre, y a la vista sólo un cubo con bolsas negras en su interior, no había testigos, no había cadáver. No había tic-tac…aunque el reloj seguía en su avance implacable.

Se fueron, me quedé ahí, aterrada, la cordura volvió a mí en un momento inadecuado, ¿Qué hice? Me convertí en victimario, soy el monstruo y no la víctima, el inocente fue asesinado.  Cerrada en el dolor que me poseía no fui capaz de ver la realidad en su dimensión, estaba oscurecida por la ira, y la prisión que me encierra ahora es peor: soy yo misma.

El olor del monstruo ya se ha ido, sus ojos he olvidado, no recuerdo ni su peso ni su talla, hay un único sonido que no logro borrar de mi mente  y de mi corazón: el tic-tac que se apagó con esa máquina

La mano que me asfixiaba no era mía, era un monstruo que me poseía, la mano que pagó el asesinato del inocente la conozco, la veo cada día, la recuerdo entregando cada céntimo, yo firmé por un asesinato, y sigo pagando el precio a cada instante.

He caminado nuevamente por los senderos conocidos, esperando a que el monstruo ataque de nuevo, quizá, sólo quizá podría saldar mi cuenta con el inocente.

El agresor y el cómplice especialista siguen libres, yo me encuentro encerrada en la cárcel de mi vida. La pena es perpetua, nadie puede liberarme, ahora lo sé, ni yo misma. Cuando la locura me visita, me concentro para recordar aun por un momento: tic-tac, no de un reloj, sino de una vida.

La culpa la llevo yo en soledad profunda, y por ello puedo decirte, no firmes, no pagues, no te vuelvas victimario, no eres juez, sólo víctima, el verdugo deberá pagar su culpa. El olor del monstruo se olvida, el silencio de la muerte, de un aborto nada lo quita.”



Saturday, August 1, 2015

EL ABORTO FUE PEOR QUE LA VIOLACIÓN

por Tammy

A la edad de 16 años, salí con mi primer novio. Era un chico popular que jugaba a fútbol y me emocioné. Comimos juntos, vimos una película y como todavía tenía tiempo conduje por nuestra zona rural un rato. Visitamos los establos de la familia y estuvimos con los caballos. Pero mi primera cita se convirtió en una pesadilla cuando él me violó en un granero.

 No se lo conté a nadie porque él enseguida me amenazó diciendo que si lo contaba haría mi vida y la de mis seres amados desgraciada. A las dos semanas se lo conté a un amigo pero por entonces él ya había ido difundiendo su versión de los hechos y nadie me apoyaba, así que decidí olvidarlo y seguir adelante.

No pensé mucho en que podía haber quedado embarazada hasta que empecé a notar los primeros síntomas y me hice una prueba de embarazo en el aseo de una gasolinera. No quería que nadie supiera nada. Antes de hacerla ya tenia pensado qué haría si daba positiva y me había buscado ya el teléfono de una clínica donde me aconsejarían. Efectivamente, dio positiva y yo me enojé con Dios que había permitido no sólo la violación sino el embarazo.

Desde el teléfono público llamé a la clínica y me dieron hora enseguida. Decidí que nadie lo supiera, ni padres ni amigos y fui a la clínica a la espera de conseguir que me visitaran ese mismo día.

Fueron muy amables conmigo y me explicaron todo lo referente a la vida y al embarazo. Pero sólo hacían ecografías ciertos días y hubiese tenido que volver. Les dije llorando que estaba muy asustada y que no sabía qué hacer y me respondieron que, aún si decidía abortar, siempre tendría las puertas abiertas. Aún hoy, 17 años después, mantengo relación con uno de los consejeros.

Asustada por el bulo que el padre de mi bebé estaba extendiendo y con terror a quedar en evidencia me dirigí a una clínica abortista. Era lo opuesto a la anterior clínica que era acogedora y cálida. Ésta era fría y la gente que esperaba no se miraba las una a la otra. La recepcionista hablaba en voz alta por lo que no existía ninguna privacidad. Me dijo que ese día no me podían atender pero yo rogué y rogué porque no me podía perder un día más de colegio. Así que la convencí y entré de inmediato.

No hubo preguntas, ni les importó que estuviera sola. Sólo querían saber si tenia dinero para pagar. Fue una experiencia peor que la violación. Me iba convenciendo a mí misma de que lo que hacía estaba bien porque el niño era fruto de una violación. Me enojé con Dios. Yo sabía que en mi seno había un bebé y que la vida empieza con la concepción pero a mis 17 años, ni lo consideré.

 No me dejaron ver la ecografía  mientras abortaba y me dijeron que estaba de 14 o 16 semanas. Pero por error escuché el latido del corazón de mi bebé. Le pedí entonces al médico que parase, que no quería abortar, pero me dijo que ya era demasiado tarde. Me dieron un Valium y tras el aborto me dieron prisa para que me vistiese y me marchara ya que necesitaban mi lugar pata otra. No se preocuparon de nada. Ni si me encontraba bien, ni si podía conducir, nada.

Me pasé dos horas llorando en mi coche. Realmente, no estaba bien para conducir. Dialogaba conmigo misma y me justificaba diciendo que había hecho lo que debía. Pero mi conciencia me alertaba de que había asesinado a no hijo y me repetía continuamente si yo era de verdad cristiana.

Durante muchos años oculte mi dolor y mi trauma. En la universidad tuve un desorden alimentario y aún no sé cómo sobreviví. Seguía frecuentando la iglesia pero me sentía vacía y muerta. Me preguntaba cómo Dios podía perdonarme por haber asesinado a mi hijo.

Con esfuerzo superé mi anorexia y dejé la bebida. Trabajé para superar la violación pero siempre obvié el tema del aborto. Incluso mi terapeuta llegó a decirme en algún momento que hice lo adecuado al abortar.

Conocí a un chico en la iglesia y decidimos abstenernos de tener relaciones sexuales hasta la noche de bodas. Quería hacer las cosas bien. Pero pasaba el tiempo y yo todavía tenía resquicios de mi anorexia y depresión.

Siempre había querido trabajar apoyando a las muchachas que se quedan embarazadas como voluntaria. Un día se lo comenté al pastor de la iglesia y él me dijo que el centro más cercano que él conocía estaba a más de una hora. Me animó a que lo empezara yo en nuestra zona pues era muy necesario. Me animé y entonces empecé a estudiar y leer por mi cuenta todo lo relativo a la gestación y a la depresión post aborto y me di cuenta que éste esta mi problema real y que por él había sufrido tanto.

 Hace un par de años entré en un grupo de terapia post aborto  en la que me ayudaron a aceptar lo que había hecho y a pedir perdón. Por fin he superado mi anorexia. A veces aún me deprimo pero salgo adelante y no me afecta en el día a día. En nuestro centro local de ayuda a la mujer gestante llevo un grupo post aborto y ayudo a estas mujeres que han abortado en su proceso de sanación.

Quiero decirles que el aborto no es nunca la solución y sólo hace que una situación difícil aún sea peor. Mientras abortaba yo preguntaba qué pasaría después pero nadie me respondió. Querían ir rápidos por si cambiaba de parecer. Durante años tenía ataques de pánico cada vez que escuchaba algo parecido al latido de un corazón. Sólo con los años, cuando estuve ya casada y embarazada de mi primer hijo hice la conexión entre el tic tac y mi miedo.

Hasta que entré en el grupo post aborto no superé mi problema y cuantas veces sentí que me iba a suicidar. Pensaba que no merecía vivir ni ser feliz por lo que hice. Y de hecho, me intenté matar en alguna ocasión.

Quiero contar lo que sufrí con la violación pero mucho más con los posteriores años de remordimientos. Me justificaba por la violación pero sabía que había matado una vida dentro de mí. El dolor de asesinar a un hijo concebido en una violación es el mismo que el de cualquier otro aborto. Lo he observado en nuestro centro local de ayuda a la mujer embarazada.

 Mi empeño ahora es que los casos de embarazo consecuencia de una violación no sean la excusa para legalizar el aborto. No hay día que no piense en ese hijo que aborte al igual que pienso en los que tengo. Pienso que podría haberla dado en adopción pero lo que tengo claro es que su vida tuvo un sentido y su importancia. Si yo estoy aquí en el frente provida y ayudando a embarazadas es gracias a ese bebé que aborté y al que nunca olvidaré.


 Tammy esta casada y tiene dos hijos. Es coordinadora del Ministerio post aborto y voluntaria en un centro de recursos para el embarazo. Ahora bloguera también de Save the 1.