Me llamo Erika, tengo 25 años y vivo en
Colombia.
Fui criada en el campo, en una familia católica
y con muy buenos principios. Hasta los 19 años nunca había tenido un novio.
Ya en la Universidad, empecé a salir con un
muchacho que era mi tutor de Matemáticas. Comenzamos a conocernos y quedamos para
salir dos veces, pero enseguida me quise alejar de él.
Cuando le
dije que no quería seguir con esa relación por más tiempo, él me pidió que
fuera a recoger un trabajo que tenía pendiente de entregarme. Quedamos en que
me lo daría en una estación de Transmilenio. Cuando llegué a la estación lo
llamé y me dijo que no podía ir, que tenía que estar en su casa por el trabajo.
Como de verdad lo necesitaba, fui hasta su casa sin pensar en lo que me podía
pasar.
Cuando llegué a la casa me ofreció un café
mientras él traía el trabajo. Yo no noté su malicia y nunca pensé que fuese
capaz de algo tan ruin. En el café había algún tipo de droga, no recuerdo muy
bien todo lo que pasó a partir de ese momento. Tengo recuerdos borrosos... lo
último que recuerdo con claridad es que, cuando desperté, estaba en la misma
casa, en la misma silla donde me había tomado el café vestida y con mis cosas.
Pero tenía quemaduras de cigarrillo en mis manos y cuerpo y golpes muy fuertes…
Yo supe
de inmediato lo que había pasado. Al tratar de reaccionar, las piernas no
me funcionaban muy bien, pero vi la puerta de la casa y, como pude, salí y
empecé a correr hasta llegar a una avenida y busqué transporte.
De alguna manera logré llegar a mi casa,
dolorida humillada, me sentía sucia, despreciable, no entendía cómo algo así me
podía haber pasado a mí. No podía parar de llorar y por mucho que me bañara
seguía sintiendo asco de mi misma.
Al siguiente día este sujeto me llamó de nuevo
como si nada hubiera pasado. Cuando lo escuché, le grité que yo sabía qué me
había hecho y que lo iba a demandar… Se rio y me dijo que si yo se lo contaba a alguien iba a buscar a mi hermana que
era una niña y le iba a hacer lo mismo.
Por ignorancia y miedo callé y le oculté a mi
familia lo que había ocurrido. Caí en una depresión terrible, no quería vivir,
me sentía miserable.
Casi 5 meses después de eso, por circunstancias,
tuve que hacerme unas pruebas de sangre y la enfermera me avisó de que estaba en embarazo.
Durante este tiempo había tenido mis periodos
regulares, por eso nunca pensé en un embarazo… Ahí sentí que mi mundo se caía a
pedazos. ¿Cómo me podía pasar esto? La depresión fue peor, mis papás empezaron
a preocuparse, yo reaccionaba de manera agresiva y distante…
Empecé a buscar clínicas
donde me practicaran un aborto, ya tenía un contacto, sólo me faltaba el dinero, ya me habían dicho
las complicaciones que tendría por mi estado tan avanzado, pero estaba segura
de que eso era lo que quería hacer.
Días después, con mi familia visitamos un
santuario mariano. Yo estaba muy alejada
de Dios para ese entonces, lo culpaba de lo que me había pasado, pero por
alguna razón decidí entrar a la iglesia y sentí que debía pedirle a la Virgen
por mí, así que lo hice, puse mi suerte en sus manos.
Días después ya segura de lo que iba a hacer
estaba en la clínica y en el chequeo de rutina antes de hacerme el
procedimiento una enfermera enviada por Dios puso el foneidoscopio en mis
oídos.
Ahí cambió todo.
Al escuchar los latidos del
corazón de mi hijo, supe que era un ser vivo que él tampoco tenía la culpa,
que era una víctima también, el más inocente y yo lo quería matar.
El acabar con esa vida no me haría mejor persona
ni borraría de mi vida esa terrible experiencia. De inmediato me levanté y le
dije a la enfermera que cancelaran todo que yo ya no iba a abortar.
Mis papás se enteraron de igual forma. Todo pasó
muy rápido. Al principio no me creían, fue terrible para ellos, pero Dios
permitió que las cosas se fueran dando.
Pensé en la adopción, pero, poco a poco, antes de nacer el niño ya
todos estábamos muy ilusionados, lo esperábamos con mucho amor.
La vida me cambió cuando ese
día, por fin, lo pude ver a los ojos… ver su inocencia, su ternura, su fragilidad… y
yo era lo único que él tenía en el mundo. No se puede describir con palabras
todo lo que sentí cuando tomó mi dedo con su manita y me miró. Ese momento
quedó tatuado en mi alma para toda la vida. Ahí supe que por ese niño daría mi
vida, lucharía, saldría adelante y lo protegería como una mamá leona porque era
mi hijo. No me importaba su padre o la
forma como fue concebido, era mi niño amado, la mejor parte de mí.
Han pasado 6 años y les puedo decir que, aunque
el proceso para superar lo ocurrido ha sido difícil y doloroso, la única razón
por la que me levanto y he salido de la depresión es mi hijo, mi regalo del
cielo. Él, de verdad, me hace feliz. No hay día que no agradezca a Dios el
haberlo mandarlo a mi vida y con sólo una sonrisa suya hace que todo haya
valido la pena, Y sí, soy FELIZ mi hijo me hace feliz.
Doy gracias especialmente a una gran amiga,
Gloria, y a un querido sacerdote, el padre Víctor Hugo, que me han dado la mano
y me han ayudado a salir de la depresión guiándome por el camino de Dios.
Si tú estás pasando por la misma situación
espero que mi testimonio te ayude. Aunque se vea una solución “fácil”, el
aborto no lo es y esa personita no tiene la culpa de nada. Matarlo a él no te
hace mejor persona que quien te hizo tanto daño.
Dios te guarde y bendiga tu vientre y esa nueva
vida que viene en camino.
Nota del Editor: Erika nos escribió este testimonio para compartirlo en nuestro blog. No quiso aportar fotografías porque no quiere que su hijo se entere de este modo cómo fue su concepción.
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