Saturday, February 15, 2020

Concebida en una violación, trajo debajo del brazo la medicina que su madre precisaba para sanar.



Por Ana, Colombia

Hace 34 años mi madre fue violada y después de sufrir aquel acto atroz aún tuvo que verse sometida a la humillación y el repudio de muchos, entre ellos su propia familia.


Poco después supo que había quedado embarazada, pero, con todo y la terrible situación de vacío y desprecio a la que estaba sometida, ella decidió tenerme.

Me enteré de la violación cuando ya yo tenía 17 años. La verdad es que desde muy pequeña me preguntaba por papá, pero cuando intentaba preguntarle a ella algo dentro de mí paralizaba mis preguntas por miedo a la respuesta.

Recuerdo un día, como a los 8 años, que le pregunté y ella me dijo: "Cuando tengas la edad te contaré".

En esos días en el colegio, mis compañeras preguntaban por papá y yo sin saber mucho sólo atinaba a decir que había muerto.

A mí madre no le ha tocado nada fácil, pero, ¿Saben una cosa? Admiro su decisión a decidir la vida de su bebé concebido en violencia, por encima de todo lo que se le venía con aquella decisión.

A los 17 años en medio de una conversación habitual me contó la verdad. En ese momento mis sospechas se hicieron ciertas. Ella, en llanto, me contó todo el sufrimiento, los sacrificios y el dolor, pero en medio de todo ello, también la sensación inimaginable de tenerme en sus brazos. Ella pudo haberme dado en adopción a una amiga con comodidades que no podía tener hijos, y ¿saben? No lo hizo.

Cuando nací y me tuvo en sus brazos las enfermeras empezaron a decir cosas lindas de mí y ella empezó a verme con ojos de amor, a sentirse orgullosa, acompañada y valiente. Dice que fui yo su medicina que la ayudó a seguir adelante.

Hoy en día mi vida está llena de seres maravillosos. Mi esposo y mis tres hijos. He aprendido que Dios me puso aquí por un propósito.

Mi madre se siente orgullosa de mis logros profesionales, ama a sus nietos y me enseñó el valor del perdón con su ejemplo porque, después de muchos años, el hombre que le hizo daño le pidió perdón.

Y he aprendido que yo no soy quien para juzgar ...



Ella es mi sobrina que viene de camino. ¿Quién podría decir si ella ha sido concebida en violencia o amor?


Bio: Ana es colombiana, está casada, es madre de tres hijos y es artesana.

Friday, February 7, 2020

Todas las personas tienen derecho a amar y a que las amen


Mi madre biológica se llama María Santiago González. Ella vivía con sus padres en un pueblo llamado Originaria, de la Congregación de San Fernando, Municipio, de San Pedro Soteapan, Veracruz, un lugar lleno de pobreza.

A corta edad, fue separada de sus padres, el Sr. Miguel Santiago y la Sra. Gregoria González ya que fue violada por su propio padre ocasionándole un embarazo cuando aún era una niña. Yo no supe este hecho hasta los 22 años, edad en que mi mamá adoptiva me lo contó.

Después de esa separación, se fue a vivir temporalmente con la señora Isabel Gutiérrez B donde trabajó en un lugar llamado El Paraíso Oax y dio a luz a una bebé, a sus 14 años de edad, hija de su propio padre. Hija del incesto. Y esa niña que nació soy yo. Me llamo Celina, nací un 20 de Marzo de 1992, en la comunidad Colonia Reforma Agraria.


A los dos años me dieron en acogida con intención de que me pudiera adoptar a una señorita llamada María de La luz Miguel como madre soltera, en ese momento. Yo no supe que era hija adoptada ni nada de mi mamá biológica hasta mis 5 años de edad en que, finalmente, pudieron formalizar mi adopción y mi mamá adoptiva me empezó a contar mi historia y a decirme que yo tenía una mamá, la cual me dio a luz...


Me contó que mi madre vivía una vida llena de pobreza y que de haberme tenido a su lado no me habría podido cuidar. Yo nací pesando 6 kg, pero con una severa desnutrición. También me contó que cuando ella me conoció yo estaba sentada en la tierra y bien sucia con la ropa llena de polvo, mi cara manchada de polvo, también y las vacas pasaban enfrente de mí. Pero Dios siempre cuidó de mí. Y yo no recordaba nada de esto pues era bien chiquita.

A los 5 años fui a la Kínder, fue muy poco tiempo y, posteriormente, entré a estudiar a la Escuela Primaria.

A mis 7 años sí que recuerdo que conocí a mi madre biológica y a mis hermanas: Sarita, Isabel y Lucrecia. Ella se casó con un muchacho y tuvo otras tres hijas. Recuerdo que mi mamá biológica volteó su cara para mirarme y yo a ella. Yo veía su mirada y su cara era seria. Era una mujer joven y tenía su cabello amarrado con un coletero, su blusa o sueter era blanco.

Nunca me negó ver a mis hermanas, ella dejaba que jugaran conmigo. No hemos continuado la relación y ahora hace mucho que no sé de ellas. Pero le agradezco que me diera la vida y no me abortase a pesar de ser la hija de su propio padre. 

A los 10 años seguía estudiando en la Primaria, pero no terminé el segundo grado porque a esa edad ya tenía problemas de lenguaje. Mi mamá me cuenta que yo me mordía la lengua cada vez que intentaba hablar y lloraba.

Fui a Villa Hermosa Tabasco a recibir Terapias de Lenguajes y me pusieron dentro de la boca un fierrito para que no pudiera sacar la lengua y pudiera hablar. Estudié en ese estado un tiempo y regresé a mi pueblo a seguir estudiando y aprendí a leer gracias a esos médicos, me ayudaron mucho. Ahora ya puedo hablar, aunque sólo un poco.


Mi mamá adoptiva me contó que la gente le decía a ella que yo no me iba a lograr porque yo me parecía a una muñeca, bien chiquita, pero mi mamá siempre ignoró esos comentarios y aquí estoy viva y sana gracias a Dios y ella que me sacó adelante.

Ahora ya tengo 27 años y soy muy feliz viviendo con mis padres adoptivos. 

Haber sido concebida en violación no determina cuán feliz se va a ser. Todas las personas tienen derecho a amar y a que las amen. Todos podemos hacer del mundo un lugar mejor. También los que fuimos concebidos sin amor.


Nota: Celina es mexicana, concebida en incesto y criada en una familia de adopción.

Saturday, February 1, 2020

Un embarazo no planeado y en las peores circunstancias imaginables hizo que se superase a sí misma y saliese del pozo en el que estaba


Por María Elena Quevedo



Hola, he visto muchos testimonios de mujeres fuertes que decidieron enfrentar su maternidad no planeada. Por eso, creí que sería bueno compartir el mío. 


Crecí en una buena familia que se preocupó por cuidarme y darme educación privada. Pese a esto mi madre era una mujer rígida y abusiva, que no le bastaba con pegarme sino que nos humillaba a mis hermanos y a mí y siempre nos decía que estaba arrepentida de tenernos. Mi padre, aunque cariñoso y de corazón noble, era ausente y viajaba mucho por trabajo. 

Una noche cuando tenía 15 años dos hombres me emboscaron, me subieron a una camioneta, me dieron una extraña bebida a la fuerza, me golpearon y abusaron de mí varias veces. Con esto empecé a perder el sentido de vida y encima de todo mi mamá me reprochó hasta el cansancio cuánto había gastado en enjuiciarlos, así que al año siguiente me fui de la casa para buscar paz. 

Por supuesto, no sabía a qué me estaba exponiendo. Empecé a juntarme con malas compañías, a beber mucho, consumir drogas, dejé la escuela y me alimentaba muy mal porque mi sueldo como empleada de mostrador no era suficiente. Había días que me los pasaba alcoholizada y otros sólo deprimida y encerrada. 

Después de unos años sobrellevando ese estilo de vida, a los 20 descubrí que estaba embarazada. Me moría de miedo, recuerdo haberme hecho 3 pruebas de embarazo porque no lo creía. Vivía en una vieja cabaña que me prestaba una amiga, ganaba unos $500 por semana y mi salud no estaba en su mejor momento. Mi primer pensamiento fue abortar.

Mis amigos del momento me presionaban mucho para hacerlo, me insistían que no tenía nada que ofrecer a ese hijo, que era muy joven y que no tenía sentido traer alguien al mundo a sufrir como hacía  yo.

Un día pasaron por mí para llevarme a una clínica ILE, me decían que era más barato abortar que mantener a un crío por 25 años, pero a mí algo me decía que no era correcto. Salí de la clínica a tomar un respiro y el ambiente tétrico del lugar me hizo alejarme, no me atreví, dejé a mis amigos ahí y huí tan pronto como pude. 

Cuando llegué a mi casa lloré incansablemente hasta no poder más. Estaba sola con esto y mi conciencia me reclamaba el hecho de que buscara matar a otro para ser feliz o al menos cumplir algún ideal de los que anhelaba. Pensé: "¿ Por qué quiero hacer esto?" Y llegué a la conclusión de que era porque no tenía dinero  para mantener al bebé  y por lo que opinaran los demás.  Después de profundizar y poner las cosas en balance me di cuenta que el dinero es sólo papel y la vida de un ser humano no se puede entregar sólo así por papel impreso. 

Pensé en dar al bebé en adopción, tampoco me sentía digna de ser madre porque si no sabía ni cuidarme  a mí misma por supuesto no sabría cuidar a un tercero. Dejé de fumar, dejé de beber, la marihuana, empecé a comer mejor, a tomar más agua, a hacer mejor mi trabajo y con ello a ganar un poco más, a hacer ejercicio pues debía estar fuerte para el parto. Dejé a mis malas amistades, dejé de salir en las noches. Exponerme a cualquier cosa arriesgaba también a mi bebé. Poco a poco esa vida en mi vientre me enseñó a cuidarme, valorame y amarme. 

Cuando nació la bebé, después de una labor de parto de 15 horas, la médica la puso en mi pecho y me dijo: "Lo hicieron muy bien. Abrace a su bebé, es una hermosa niña, felicítence por este trabajo en equipo". Yo la abracé inmediatamente y le dije: "Hija, te prometo con el corazón siempre cuidarte y protegerte". Y me quedé con ella, la llamé Sophia, por la sabiduría que me había regalado.

Su primer año de vida fue muy difícil, no sabía cómo atender a un bebé y tuve que aprender por instinto, era madre soltera, no tenía amigos ni familia de apoyo, trabajé limpiando casas, vendiendo gelatinas, tamales o atendiendo una farmacia, trabajos todos  inestables dónde pudiera llevar a mi bebé porque no tenía quien la cuidara. Tenía tan mala economía que comía sólo una vez por día y apenas pesaba 36 Kg. Como era de esperarse mis viejos amigos se burlaban mucho de mí y decían: "Te lo dije".

Yo lloraba mucho, estaba agotada.

La amiga que me prestaba la casa se dio cuenta y empezó a ayudarme a cuidar a la niña para que pudiera trabajar, muchas veces me regalaba leche y pañales, despensa o dinero para pasar la semana, me dio mucho apoyo emocional y se preocupó por la nena como si fuera de su familia.  Con su ayuda encontré un trabajo estable, busqué una guardería y pude pagar la renta de un departamento. Me puse más creativa, vendía ropa de mi bebé en línea, daba clases a escolares, hacía postres por pedido y lo que la circunstancia ameritara.

Nos iba cada vez mejor, se abrieron todas las posibilidades.

Sophia era toda una bendición, una niña sana, fuerte y carismática que me fortalecía y me obligaba a buscar mejores opciones. Cuando logramos establecernos, empecé siendo asistente administrativo y vivía en un lugar modesto. Han pasado ya 6 años y me sigue sorprendiendo la forma en que ese embarazo inesperado no sólo me salvó la vida sino que me hizo descubrir habilidades que no sabía que tenía.

Ahora estoy casada con un muy buen hombre y padre, tuve otras dos hijas y tengo un puesto directivo en una empresa de prestigio.

Valió más la pena defender la vida de mi hija que mantener mis amistades.


Nota: María Elena Quevedo es mexicana, está casada y es madre de tres hijas. En este momento ostenta un puesto directivo en una importante empresa.