Stephanie Gray
Con frecuencia, se oye argumentar:
“El aborto es necesario en aquellos casos en
los que mujer es víctima de una violación y ha quedado embarazada”.
De todas las justificaciones que he oído sobre el aborto, ésta es, con
diferencia, la más frecuente. Recordando una reciente entrada en el blog y
la reseña del libro Una pregunta más bonita (A more beautiful
question), me gustaría cuestionar esta afirmación con una serie de
preguntas.
¿En qué se fundamenta este apoyo concreto al aborto? ¿Se basa en la
afirmación que han hecho víctimas de violación que quedaron embarazadas y
han dado luz a sus hijos? ¿O se basa en las declaraciones de víctimas que nunca
han quedado embarazadas en una violación o tenido abortos? ¿Es posible
quedarse embarazada después de una odiosa agresión sexual y aún así amar
al bebé que se ha concebido?
Consideremos las historias de Amanda Berry, Gina DeJesus y Michelle
Knight.
Estas tres mujeres fueron secuestradas (a las edades de 16, 14 y 21
años, respectivamente) y sufrieron violaciones diarias y otras
torturas horrorosas a manos de Ariel Castro. Sobrevivieron más de una
década recibiendo abusos inhumanos en su casa de Cleveland, Ohio.
Amanda quedó embarazada tres veces durante su cautiverio. ¿Cuál fue su
reacción?
En la primavera de 2006 supo a través de las noticias que su madre había
fallecido de un ataque al corazón.
Poco después, descubrió que estaba embarazada y escribió en su
autobiografía: “Pienso que mi madre
me envió este bebé. Fue su modo de regalarme un ángel. Alguien que me
ayudara a recuperarme y me diera una razón para luchar”.
Ciertamente, en el libro Experiencias de supervivencia en Cleveland,
que escribió con su compañera Gina, ellas se refieren así al bebé de
Amanda concebida en violación: “Jocelyn
Berry fue nuestra inspiración diaria. Hizo que aquel lúgubre lugar
pareciera más luminoso y, en muchos sentidos, nos ayudó a superarlo”.
Amanda también escribiría de su hija Jocelyn: “Me preocupaba pensar que si yo tenía aquel bebé me recordaría a mi
agresor por el resto de mi vida. Pero no es así. Esta pequeña es mi bebé.
Todavía soy muy pequeña, quizás peso unos 50 kilos, menos que cuando
llegué aquí, pero mi estómago me parece enorme. Me siento más como un
‘nosotros’ que como un ‘yo’. Cuando
me encuentro triste o más deprimida de lo habitual, o cuando él (Castro) se comporta de modo desagradable y mi
esperanza se desvanece, entonces me acaricio el vientre y le hablo a mi
bebé”.
Después de dar a luz en aquella habitación de tortura escribió también: “Me acurruco en la cama con mi
nuevo bebé. Mientras mi captor encadena mi tobillo a la cama, pienso en mi
hija, nacida en esta prisión y en quién es su progenitor. Pero procuro
centrar mi pensamiento en imágenes más felices; ella parece rebosar de salud
y es tan hermosa… Voy a protegerla y ya veremos lo que el futuro nos
depara”.
La experiencia de su compañera de calvario, Michelle Knight, fue muy
distinta. Castro la embarazó hasta cinco veces y la golpeó cada una de
ellas, sucesivamente, hasta matar a los bebés que había concebido. De
hecho, Castro fue acusado de asesinato con agravante en cuatro de los
supuestos.
La decisión del jurado ante estos cargos nos lleva a unas cuantas preguntas
importantes: ¿Está mal matar por quien mata o por quien es asesinado? Si
la muerte de esos bebés concebidos en violación supuso un delito para
Castro, ¿no lo serán también para cualquier que mate a bebés también concebidos
en violación? ¿Se fundamenta el Derecho humano a la vida en ser un ser
humano o en las circunstancias según las cuales una persona fue concebida?
En su autobiografía 'Encontrándome: Una década de Oscuridad, una vida
recuperada' (Finding me: A Decade of Darkness, a Life Reclaimed),
Michelle escribe que cuando su verdugo la atacó con unas pesas porque estaba
embarazada, ella gritó: “¡Para! Por
favor, ¡No mates a mi bebé!”.
En otra ocasión en que la pateó el estómago para matar a otro bebé que
había concebido, ella escribió: “Me levanté
y fui al lavabo. Al rato metí la mano en el retrete y saqué a mi bebé muerto.
Sollocé… La muerte me habría hecho sentir mejor que ver a mi propio hijo
destrozado. Vi al feto en mis manos y le dije cuánto lamentaba aquello. Lo
sentía muchísimo. Él no se lo merecía”.
Consideremos también la historia de Jaycce Dugard. La secuestraron Phillip
y Nancy Garrido en California cuando sólo tenía 11 años de edad y la tuvieron
encerrada durante 18 años. También sufrió violaciones y otro tipo de
horrorosas vejaciones. Alumbró a su primer hijo a los 14 años y a un segundo
bebé a los 17. Ella escribe de sus dos hijas concebidas en violación en el
libro Una vida robada: Mis recuerdos' (A Stolen Life:
a memoir): “Tuve a mis
hijas para que me dieran fortaleza” y “les
estoy muy agradecida”. De su primer embarazo diría: “La conexión que siento con este bebé cada
vez que se mueve en mi interior es un sentimiento increíble”.
Jaycee también escribió: “¿Cómo
logras superar algo tan doloroso como todo aquello que yo viví? Simplemente lo
haces. Yo lo logré porque no me quedaba otro remedio. Y lo haría de nuevo. Lo
más precioso en el mundo para mí nació de aquel horror… mis hijas”.
Alguien podría argumentar que esas mujeres sufrieron agresiones y
alumbraron a sus bebés mientras se encontraban en cautiverio. Ello
explicaría que esas nuevas vidas supusieron una luz de esperanza en
aquel entorno de sufrimiento y oscuridad que estaban viviendo; sin
embargo, para las víctimas de una violación que no sufren ese entorno
vejación, un hijo supone un recordatorio doloroso e innecesario.
Lianna Rebolledo
Como respuesta a este planteamiento, podríamos considerar el testimonio de
mi amiga Lianna. Fue secuestrada y violada a la edad de 12 años. Después
de aquella agresión se dio cuenta de que estaba embarazada. Un médico le
ofreció la posibilidad de abortar y ella le preguntó si aquello iba a borrar la
violación y disminuiría su dolor y sufrimiento. Cuando el doctor le dijo
que el aborto no iba a borrar nada ella pensó: “Si el aborto no va a sanar nada, no veo la razón de hacerlo”.
Decidió seguir adelante con el embarazo y dio luz a una hermosa niña a la
que está enormemente agradecida. De hecho, Lianna quedó tan traumatizada por
la violación que consideró la posibilidad del suicidio; pero reconoce que
no llegó a quitarse la vida porque no quería matar a su bebé. En efecto,
aquella niña concebida en la violación resultó la motivación para
continuar viviendo y siempre dice que su hija le salvó la vida.
Ciertamente, no negaré que no todo el mundo reaccionará de la misma manera
llegado el caso. Consideremos el genocidio de Ruanda donde se dieron
violaciones masivas: se estima que unas 200.000 mujeres fueron violadas y
20.000 de ellas quedaron embarazadas.
Una superviviente, Jacqueline, fue asaltada por un grupo de violadores
y quedó embarazada de su hija Angel. Aunque inicialmente quedó traumatizada por
la terrible agresión (como también por el asesinato de su marido e hijos),
de hecho, intentó envenenarse y también a su hija cuando todavía era una
bebé; finalmente, recibió apoyo y empezó a amarla hasta el punto de
considerar que Angel había sido un regalo de Dios.
Con la ayuda y el apoyo correctos, es posible llegar a distinguir la
inocencia de un bebé de la culpa de un progenitor. Después de todo, la
presencia del bebé concebido en violación se convierte en el mejor de
los remedios.
Otra pregunta a tener en cuenta es ésta: ¿Desviolará a una víctima el hecho
de abortar?
La respuesta a esta pregunta es obvia. Recuerdo que en una ocasión
puntualicé que, quede o no embarazada una víctima de violación, el asalto
ya es de por sí un trauma que no desaparece. Una víctima de abusos
sexuales me confesó: “Cierto, hace ya
diez años que sucedió y sigo cada día con ello”.
Así, la siguiente pregunta a plantearnos es ésta: ¿Qué resulta más duro:
ser un inocente al que se ha maltratado o maltratar a un inocente?
Mi amiga Nicole Cooley quedó embarazada después de una violación y abortó.
Ella dijo: “Para mí, tener
aquel aborto supuso ser violada de nuevo, incluso peor, porque en aquella
ocasión yo consentí a la agresión”.
Nicole Cooley
Recordemos
a Penny Ann Beernsten. En 1985 fue violada
mientras corría alrededor del lago Michigan. Lamentablemente, identificó
a un hombre inocente, Steven Avery, como el responsable del crimen cometido y
éste fue encarcelado durante 18 años hasta que el verdadero violador, Gregory
Allen, fue identificado con nuevos métodos tecnológicos.
Penny escribió: “El día que supe que
había sido exonerado de toda culpa fue peor que aquel día en el que
fui violada. Realmente luché cuando mi asaltante me agarró. Le arañé, le
golpeé y lo hice con furia. Después de los resultados del ADN me sentí sin
fuerzas. No podía devolverle a Steve los años que había perdido”.
Estas mujeres sufrieron experiencias horrorosas que ningún ser humano
debiera afrontar, pero ambas reconocieron un dolor más grande si cabe
cuando se dieron cuenta que sus decisiones habían lastimado a otra
gente.
Por supuesto, nadie negará el impacto que su tragedia provocó en la lucidez
de su juicio, y en el ánimo de los que las atendieron entonces, impactados
por la magnitud de los hechos y que procuraron aconsejarlas correctamente;
pero lo cierto es que resulta más doloroso y difícil aceptar que se ha hecho
una injustica y un daño a un inocente que ser un inocente que ha recibido
un daño.
Además, como el bebé concebido en una violación deberás salir del cuerpo de
la víctima de un modo u otro, ¿qué es mejor, sacarlo vivo o muerto?
En una encuesta realizada a 192 mujeres que habían quedado embarazadas
después de una agresión sexual, casi el 80% de las que habían abortado,
aseguraron que el aborto resultó una solución equivocada. Entre el grupo
de mujeres que decidieron dar vida a sus hijos, todas ellas se alegraron de
haber seguido adelante con el embarazo y ninguna lamentó no haber
abortado.
El documental Digno de vivir: una mirada a los casos
difíciles” (Allowed to Live: A Look at the Hard Cases) comparte
historias asombrosas de gente que lamenta el aborto después de una violación,
mujeres contentas de haber dado luz a sus hijos y personas que agradecen a
sus madres el haber protegido sus vidas.
Esto me hace pensar en mi amigo Ryan Bomberger. La madre biológica de Ryan
fue violada. Como dice en su biografía: “Fui adoptado a las 6 semanas de edad y crecí en una encantadora familia
cristiana multirracial de 15 hijos”. Con hermanos de diferentes
etnias, creció valorando y apreciando la diversidad. Diez de los
quince hijos habían sido adoptados por esta formidable familia. Su vida
desafía el mito del niño “no deseado”, pues fue adoptado y amado y salió adelante.
Stephanie Gray es una conferenciante pro vida. Dio su permiso para traducir y reproducir su artículo en salvar el 1.
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