Saturday, July 19, 2025

No soy fruto de un amor humano, pero sí soy hija del amor de Dios

 Testimonio de vida y amor incondicional

En medio del dolor más profundo, una mujer decidió decir sí a la vida. Su hija, Johana Ramírez, nos comparte una historia real y conmovedora que nos recuerda que, incluso en las circunstancias más oscuras, Dios puede sembrar esperanza.
Una historia de fe, valentía y amor que transforma.

“No soy fruto de un amor humano, pero sí soy hija del amor de Dios”

Mi nombre es Johana Ramírez, soy de Colombia, y mi vida comenzó marcada por el dolor más desgarrador que vivió mi madre: una violación a los 25 años. Tras ese acto atroz, ella quedó sumida en la desesperanza, suplicándole a Dios una razón para no rendirse. Esa razón llegó cuando supo que estaba embarazada de mí.


El miedo la invadía, no solo por lo que había vivido, sino por el futuro que ahora cargaba en su vientre. Vivía con mis abuelitos y temía especialmente la reacción de mi abuelo. Sabía que tendría que enfrentarse a muchos prejuicios y juicios, pero en medio de la angustia y el dolor, su fe fue más fuerte.

Mi madre nunca vio en mí el rostro de su agresor. Al contrario, siempre me miró como un regalo inesperado, un milagro dentro de una tragedia. Su corazón, profundamente herido, encontró consuelo en la certeza de que “mi bebé no tiene la culpa”. Con esas palabras, eligió darme la vida.

Mucho tiempo después, en una conversación íntima, me compartió su historia. Me habló de sus temores, del silencio que guardó, de los pensamientos que la atormentaban… pero también del amor que creció en ella desde que supo de mi existencia. Me dijo que no podía imaginar su vida sin mí. A pesar del sufrimiento, nunca se arrepintió de haberme tenido.

Aunque no fui concebida en el amor humano, soy fruto de un amor aún más grande: el amor de Dios. Y eso ha definido toda mi existencia.


Crecí con el cariño, la entrega y la fe de una mujer valiente. Mi madre me dio lo mejor de sí: su tiempo, su ternura, su protección. Me formó con valores sólidos: el respeto, el perdón, la dignidad, la gratitud, y sobre todo, el amor a Dios. Nunca me sentí hija de una violación. Me he sentido siempre hija de una mujer extraordinaria que me enseñó que la vida es un bien sagrado.

Hoy, quienes nos conocen suelen decir que ella está muy orgullosa de mí, pero la verdad es que soy yo quien está profundamente orgullosa de ella. Juntas construimos una relación que va más allá de madre e hija: somos amigas, cómplices, y el mayor apoyo mutuo.

Incluso mi abuelo, cuya reacción tanto temía mi madre, me ha amado con ternura desde el primer día. Dios tocó también su corazón.

Gracias a la decisión valiente de mi madre, hoy tengo una familia hermosa. He formado un hogar con el hombre que amo y con nuestros hijos, que son el mayor regalo que Dios me ha dado. La vida que mi madre protegió es ahora fuente de nuevas vidas.

Sé que una violación deja heridas profundas. Pero estoy convencida de que el aborto no las sana; solo añade una más. El aborto nunca es la solución. Lo que sí puede sanar es el amor, la fe y la decisión valiente de seguir adelante.

Doy gracias a Dios cada día por el milagro de estar viva, por haber sido elegida por una madre capaz de amar en medio del dolor, y por haber aprendido que, donde el mundo ve ruinas, Dios puede levantar jardines.

Sí, no fui concebida en un amor humano… pero soy hija del más puro amor que existe: el amor de Dios.