Wednesday, February 22, 2017

Estaba decidida: Iba a abortar… hasta que…

Por Aimee Kidd

Acababa de enterarme no sólo de que había sido drogada y violada sino que, también, estaba embarazada. Había pasado las últimas horas rodeada de enfermeras y asistentes. Se me entregó una prueba de embarazo positiva y se me realizó una ecografía vaginal donde vi los latidos del corazón de mi bebé. Sin embargo, yo estaba ofuscada en mi negación. No había manera de que pudiera asimilar el hecho de que había sido violada, y menos que estaba embarazada. Estaba convencida, no iba a mantener a ese bebé dentro de mí.

La asistenta social y la enfermera que me atendieron en el centro de apoyo para la mujer me dieron un montón de folletos e información sobre adopción, aborto y la crianza de los hijos. Me facilitaron una imagen de mi pequeño "cacahuete" latiéndole el corazón. Me aseguraron que contaba con su apoyo si necesitaba algo o tenía más preguntas. Ellas oraron conmigo, pero aun así, me fui de allí asqueada, enfurecida, y con lágrimas corriendo por mis mejillas, mientras pensaba: “Esto no puede ser real”.

Las siguientes horas las pase en Internet investigando el aborto a las seis semanas de gestación. Sabía que el aborto estaba mal, pero no podía seguir con ese embarazo. Esperaba que el aborto fuera tan simple como una píldora en una clínica seguido de un sangrado, y que nunca tendría que pensar en ello otra vez. Aprendí, sin embargo, que no sólo tendría que conducir fuera de mi estado para tomar esta píldora, sino que también me enviarían a casa y tendría que tomar una segunda píldora y abortar al bebé en casa. Leí: "Es mejor no mirar la sangre en el inodoro una vez que el sangrado se incremente". ¿Podría yo realmente obligarme a tomar esta píldora y permitir que mi cuerpo expulse al bebé y luego simplemente tirarlo por el inodoro?

¿No podría haber otra manera? ¿No podría alguien simplemente golpearme y sacarme a este bebé y decirme que todo fue un mal sueño? Me sentía enferma del estómago y agonizando por mi nueva realidad y la dura verdad sobre el aborto.

Tuve que tranquilizarme para poder ir al entrenamiento  de baloncesto de mi hijo. Me senté allí, rodeada de mis otros cuatro hijos mientras él  jugaba. Traté de contener las lágrimas y distraerme de todos los pensamientos que consumían mi mente. "¿Cómo puedo amar a estos cinco niños y no a uno dentro de mi vientre?". Me sentía enferma y decepcionada de mi misma. Sin embargo, mi decisión estaba tomada. Justo entonces, mi hijo anotó el punto ganador del juego. Por un breve momento, me pregunté: "¿Qué cosas maravillosas será capaz de hacer el bebé que tengo dentro de mí?".

Deseché ese pensamiento y dejé el gimnasio de la escuela con mis hijos. Mi hermana me llamó de repente mientras salía del estacionamiento. Empecé a sollozar. Le pedí  que me encontrara en casa y así lo hizo. Apenas pude controlarme lo suficiente para contarle la increíble noticia que acababa de recibir. Le dije que había decidido programar una cita lo antes posible para abortar. Ella dijo que me apoyaba.

Decidimos ir a casa de mi madre y decirle lo que estaba pasando. Moría de los nervios durante todo el camino. Sabía que esto iba a matarla. ¿Cómo puedo explicar esto a mi mamá? Primero, le di la devastadora noticia: "Mamá, fui violada". Y después, "Y estoy embarazada... pero,... voy a abortar". Mi madre permaneció en silencio por un largo rato, sólo lloraba en silencio. Mientras tanto, yo sólo me repetía: "No puedo tener a este bebé. No puedo tener a este bebé”.

Finalmente, rompió el silencio: "Aimee, vamos a orar. Los planes de Dios son más grandes que los nuestros. Él nos ama y nos perdona. Amo a todos mis nietos, incluso al pequeño que está creciendo dentro de ti. Si Su plan... (sollozos) ... para este pequeño bebé es que se vaya derecho al cielo...". No pudo continuar.

Ver el rostro de mi madre reaccionar ante las noticias y escucharla decir estas palabras me destrozó de una manera que no puedo explicar y todavía me duele recordarlo.

"Solo oremos. Dios te dará paz. Él dirigirá tu camino. Él te dará paz con la decisión que tomes. Pero por ahora, sólo oremos para que te ilumine y te de paz". Ella continuó con una breve oración. La abracé y me fui.

El viaje a casa fue bastante tranquilo. Le dije a mi hermana que no sentía ningún tipo de paz y aunque la idea del aborto era devastadora y me enfermaba, mi decisión seguía en pie. Había planeado llamar a la clínica de aborto al día siguiente.
Una vez que estuve en casa, me tranquilicé lo suficiente para acostar a mis hijos. Dijimos sus oraciones para antes de dormir y les di un beso de buenas noches antes de llorar hasta quedarme dormida.

Me desperté a la mañana siguiente todavía sin sentir ni un rastro de paz. Todavía me sentía asqueada. Todavía estaba convencida de abortar, aunque no podía aceptarlo. Unos minutos después, una querida y feliz amiga entró en mi casa. Dijo algo como: "Buenos días. ¿Hay café? ¿Estás lista?". Olvidé por completo que teníamos planes. Ella se ofreció a ayudarme con un par de trabajos de limpieza que tenía programados para ese día. Entró en mi habitación encontrándome llorando incontrolablemente. Yo no podía ni hablar. "Aimee, ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué está pasando? ". Continuó preguntando.

Entre sollozos, traté de explicar: "Misti, fui violada y estoy embarazada". Ella también empezó a llorar y me abrazó guardando silencio. Yo continué: "No me voy a quedar con este bebé". Yo lloré un poco más y ella seguía en silencio. Se sentó allí tranquilamente y me frotó la espalda mientras lloraba.

Finalmente, rompió el silencio: “Aimee, te conozco. Sé lo que tus hijos significan para ti. Toda tu vida son esos chicos. Éste no será diferente. Sé que estas decidida. Sé que mi opinión no importa en este momento, pero como tu amiga tengo que decirte que si te practicas este aborto, nunca serás la misma".
Comenzó a llorar mientras me frotaba la espalda más y más fuerte. Me quedé ahí, sollozando con la cabeza en la almohada. Y grité: "Misti, lo sé, ¡pero no puedo!". Ella respondió: "Aimee, nunca serás igual. Un pedazo enorme de ti morirá junto con tu bebé, y el solo hecho de pensarlo me rompe el corazón".

No pude responder sino que, por primera vez desde que recibí la noticia, pensé en no practicarme el aborto. Me di cuenta de que tal vez sólo necesitaba a alguien que me dijera que todo estaría bien al tener y amar a este bebé.
Nos sentamos tranquilamente durante  bastante rato. Después de absorber y digerir sus palabras y su amor le dije: "Misti, tienes razón". De pronto lo supe. Pude sentir como la decisión correcta y la paz por la que mi madre y yo habíamos orado la noche anterior acababan de llegar.

Recé por la fortaleza necesaria para  afrontar la decisión que iba a tomar. Dios me envió a esta querida amiga para ayudarme a tomar la decisión correcta y recibir la paz que tanto necesitaba. Sentí que podía respirar de nuevo. Todavía estaba en estado de shock e incredulidad, pero finalmente estaba empezando a dejar que las cosas tomaran su propio curso. Estaba en paz con el hecho de que iba a tener otro bebé. Estaba lejos de estar bien, pero sabía iba a tener un bebé y que lo amaría.

Un par de horas más tarde, hice la llamada. No era la llamada que había planeado hacer para programar una cita en la clínica de aborto; Fue la llamada a mi querido obstetra / ginecólogo para decirle, "¡Vamos a tener un bebé!".



Sobre la Autora: Aimee Kidd es  madre de 6 hijos, trabajadora autónoma, vive en Casper, Wyoming, y es  colaboradora de Save The 1. Su primer artículo para nuestro blog se encuentra en: [http://salvarel1.blogspot.com.es/2017/01/ella-no-tiene-culpa-del-modo-horrendo.html]

Nota de Misti: Esa mañana quedará  grabada para siempre en mi memoria. El dolor y la angustia que vi, no sólo mi amiga, sino una de mis personas favoritas en el planeta, me partió el corazón. A menudo siento que no puedo encontrar las palabras correctas, pero este día, realmente le hable con el corazón en la mano. Aimee, tu hija es una bendición y anhelo  ver todas las cosas maravillosas que traerá a este mundo. Eres un pilar y admiro tu fuerza. ¡Somos tan afortunados de tenerte en nuestras vidas!

Tuesday, February 14, 2017

Después de la violación, apostar por la vida lo arregló todo


por Paula Love

En la víspera de Año Nuevo de 1991, fui invitada a ir a jugar a bolos con un pequeño grupo de personas a quienes no conocía muy bien. jugamos y bebimos, pero no recuerdo mucho más. No recuerdo haber salido de la bolera, pero recuerdo haber visto faros en nuestro camino hacia alguna parte.

No tengo ni idea de cómo me metí en la habitación de un hotel. Sólo recuerdo abrir los ojos y saber que alguien estaba encima de mí. Me costó un minuto comprender lo que estaba sucediendo. Me sentí aturdida. Una vez que me di cuenta de la situación en la que estaba, mi mente se estremeció gritando que arrojara a ese hombre lejos de mí, pero mi cuerpo no hacía lo que yo le pedía. No tenía fuerzas. Ninguna. Era un peso muerto. Estoy segura de que estaba drogada. Miré mis manos caídas a mi costado y seguía diciéndome: "Levanta tus manos; ¡Échale!" Las miré de nuevo esperando que hicieran lo que les estaba diciendo, pero nunca lo hicieron y yo volví a perder el conocimiento.


Después de despertar desnuda, confundida, con frío y aterrorizada, encontré mi camino a casa. No dejé mucho mi hogar esos días... Eso duró algunas semanas. No le conté a nadie lo que pasó. Me sentía deprimida y sucia, y no me levantaba de la cama muy a menudo. Entonces, cuando parecía que iba a salir de aquella confusa situación, comencé a sentirme enferma, cada mañana.

Busqué en la guía telefónica y encontré un lugar especializado en "embarazos de crisis". Llamé y concerté una cita. Recuerdo que fue el 14 de febrero de 1991, día de San Valentín. Oriné en una taza y esperé los resultados pero ya sabía la respuesta. La señora llegó a la sala de espera y me llevó de vuelta a una habitación para darme mis resultados donde varias auxiliares estaban esperando. Me dijeron que estaba embarazada y tenían un video para mí. Observé. Observé el ciclo de vida del bebé en mi vientre. Aprendí sobre el desarrollo del corazón. Ese bebé que crecía en mi seno tenía ya un corazón que latía. Cuando salí del edificio, no podía quitar ese pensamiento de mi cabeza: el latido del corazón.
Me alejé de allí como una muchacha muy asustada de 18 años y sentí que tenía que decírselo a alguien. Elegí a mi hermana. Cuando llegué a casa, la vi tan hermosa con un vestido rojo, ocupada inflando globos, preparándose para su fiesta de compromiso con su futuro esposo. Estábamos ella y yo solas en la habitación. "Estoy embarazada." No sentí la emoción del momento, pero mi hermana se hizo cargo de la situación y eso me dio esperanza. Podía sentir mi desesperación, pero nunca vaciló.
Una por una, les conté a las personas cercanas a mí sobre el "incidente" y sobre el embarazo. Tuve la bendición de tener una familia amorosa y solidaria. Siempre hemos sido muy cercanos. Estoy agradecida de estar rodeada de su amor. Su cariño me acompañaría durante los siguiente ocho meses de embarazo, y mucho más allá.

Una noche antes de acostarme empecé a orar a Dios. Mi papá era pastor en su iglesia. Mis padres habían sido misioneros siendo yo muy joven y había sido criada en la iglesia toda mi vida. Mientras estaba allí orando, le conté a Dios todo mi dolor y mi miedo. Le dije que elegía la vida de ese bebé y que estábamos en sus manos.

Abrí los ojos a la mañana siguiente y estuve un tiempo contemplando el techo de la habitación. Durante la noche había tenido un vívido sueño. Soñé que tenía una niña saludable, pelirroja, hermosa. Me pregunté a mí misma, ¿pelirroja?


El 12 de octubre de 1991, comenzaron las contracciones. Llamé a mi hermano que no estaba muy lejos. Después de colocar bolsas de basura en todos los asientos, me llevó en coche al hospital. Mi mamá pronto se reunió con nosotros. Ahora estábamos sólo el doctor, ella y yo en la habitación. En aquel momento comprendí que todo aquello era una realidad.
Pasaron doce horas y finalmente Kayla Ann vino al mundo. Mi madre la sostuvo brevemente, contó los dedos de las manos y de los pies y luego me entregó a mi niña sana, de cabeza roja, hermosa, como en mi sueño, sólo que mejor.
"Antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocí". Jeremías 1, 5
Kayla Ann se casó hace unos años. Ella me pidió que la acompañara al altar. Mientras caminábamos juntas por el pasillo, llenas de gozo, recordé en un instante todo lo que había vivido. Nunca he guardado un solo lamento.



Siempre hubo una voz en mi cabeza que me decía que el aborto lo habría arreglado todo. La verdad es que, apostando por la vida todo tuvo solución. Agradezco cada instante que no cayera en el engaño que supone el aborto. Mi hija y los dos increíbles nietos que me ha regalado lo han arreglado todo. Han convertido mi dolor en auténtico gozo.

Los confortaré. Les daré gozo en lugar de dolor” Jeremías 31, 13


BIO: Paula Love es una feliz madre de dos hijos y abuela orgullosa “Mimi” de sus dos nietos. Vive con su familia en las tranquilas montañas de Montana, cuidando del jardín y de sus animales de granja. Abandonó la gran ciudad hace 16 años y nunca ha pensado en regresar. Colabora con Salvar El 1(Save The 1)

  

Thursday, February 9, 2017

Tengo 78 años y tuve un hijo tras una violación al cual entregué en adopción. Nunca me he arrepentido de haberle dado la vida.


Por Patricia Lawrence

Tengo 78 años  y deseo contar mi historia ahora que todavía tengo la oportunidad. Quiero que la gente sepa que el embarazo por violación no es culpa del niño, así que, ¿Por qué deberíamos castigar al niño por algo que el padre biológico hizo?
Mis años de adolescencia fueron difíciles. Mi madre era demasiado permisiva conmigo  y mi padre no estaba allí para resolver los problemas que tenía  en este momento de mi vida. Papá incluso se negaba a pagar nuestra manutención establecida por el juez. Yo interpreté todo esto como que no me querían. Así que me enrolé en el  Ejército de Mujeres de Estados Unidos.

Tras ocho semanas de formación básica, quedé para una cita a ciegas. Él estaba también en el ejército, estacionado en la misma base que yo. Todo lo que recuerdo es que condujo hasta llegar  a algún sitio y me dio una bebida. Me desmayé y no tengo ningún recuerdo del resto de la noche. Ni siquiera sé cómo volví a los cuarteles y a mi cama.

Dos semanas más tarde, mientras formaba  para mi inspección, me desmayé. Me llevaron a la enfermería donde el médico me examinó y dijo: "A juzgar por sus síntomas diría que está embarazada". Le respondí: "¡No puedo estar embarazada porque no he hecho nada para quedar embarazada!". Luego dijo: "Sin embargo, tenemos que hacer una prueba para ver si está embarazada".

Yo quedé totalmente destrozada al saber que estaba embarazada ya que no había estado alternando y supe, de inmediato, que tenía que haber sido esa noche. El día de mi cita me debió de haber drogado y me violó. Por supuesto, le dije al médico lo que había sucedido y el Ejército puso en marcha una investigación y contactó con el violador pero a mí me excluyeron de toda información  y nunca, nunca fui informada de nada.

Mi comandante me dio 48 horas para llamar a casa y decirle a mi madre lo que había pasado y que estaba embarazada. Cuando llamé a casa y le dije a mi madre que me echaban del Ejército porque estaba embarazada, ella preguntó de inmediato: "¿Quién, qué, dónde, por qué, cuándo y cómo?" .Le hablé de la violación, y ella dijo que tenía que volver a casa. Tras un par de semanas para realizar todos los trámites me fui del Ejército, y volví a casa.

Mi madre y dos hermanas me recibieron en la estación de autobuses y nos metimos en el coche de mi madre. Sus primeras palabras fueron: "Patricia, vas a abortar". Era mayo de 1957, tenía 18 años y  no sabía qué significaba esa palabra. Ella me dijo que significaba "que tomarían el bebé" de mí. Por la forma en que lo dijo, supe que quería decir que algo iba a ocurrir muy rápidamente, y que ella no estaba diciendo que iban a dar el bebé  en adopción después del nacimiento. Me di cuenta de que esto significaba que iban a matar a mi bebé.

Seguí  yo: "No voy a abortar porque es un asesinato y no voy a presentarme delante de Dios como alguien que cometió un asesinato". Mi madre respondió: "Patricia, estás siendo estúpida". Mis dos hermanas también  acordaron que yo debía   abortar. Me sentía como si todo el mundo se hubiese  aliado contra mí , pero yo sabía que tenía que defender lo que era correcto.

La relación entre mi madre y yo se enfrió cada vez más en las próximas semanas. Una tarde, yo estaba durmiendo en la cama y al despertar vi a mi madre que sostenía un rifle a una pulgada de mi cara, entre mis ojos. Yo estaba totalmente aterrada. Al instante, le empujé la pistola a un lado, desesperadamente, diciéndole: "¿Qué estás haciendo?". Ella dijo: "Estoy tratando de asustarte para que abortes al niño".

En ese momento, decidí que iba a dejar la casa de mi madre. Ella se burló de mí, preguntando: "¿Dónde vas a ir?". Le dije: "Juanita, mi hermana mayor me va a ayudar". Pero mamá dijo: "Ella no quiere, siente vergüenza".

Sin embargo, en cuestión de días fui a vivir con mi hermana mayor, Juanita. Poco después de llegar a su casa, mi otra hermana, María, vino y me dijo: "Patricia, extiende tu mano". Cuando le tendí la mano, dejó caer en ella  cerca de 20 pastillas y dijo: "Mamá dice que tienes que tomar esto, todas a la vez". Yo sabía lo suficiente para saber que la ingesta de 20 pastillas  de cualquier tipo  era peligroso para la  salud y que mi madre tenía la intención de matarme. Entré en el cuarto de baño y  tiré  en él inodoro  las pastillas y le dije a a mi hermana: "Puedo callarme, pero no soy estúpida."

Después del nacimiento de mi hijo, mi madre me confesó que las píldoras eran un  medicamento que se da  a los pacientes del corazón, y de haberlas  tomado como mi hermana me indicó, habría tenido un infarto. Ella nunca se disculpó, pero creo que, a su manera,  estaba tratando de decirme que lo sentía.

Por último, se hicieron gestiones para que ingresara en la Casa del Ejército de Salvación para Madres Solteras en St. Louis, Missouri, en  noviembre de 1957, donde pasé el resto de mi embarazo. Allí experimenté por primera vez en mi vida el amor incondicional, el amor de las trabajadoras de allí que nos amaban a todas nosotras y nunca nos echaban nada en cara. Jamás nos reprocharon nada a ninguna de las nueve niñas que estábamos allí a su cargo.

Mi hijo nació el 11 de enero de 1958, de  madrugada. Era un bebé grande, hermoso. Mientras era entregado en adopción, ya que ésa era la política del Ejército de Salvación en el hospital dentro del hogar para madres biológicas, mis ojos estaban cubiertos con una toalla. También ataron mis brazos hacia abajo así que no podía quitarme la toalla. No dejaron que lo viera hasta dos días después,  en  presencia de un trabajador social. 

Me dijeron que yo lo podía  coger en brazos  pero decidí no hacerlo porque no quería que se uniera conmigo ya que tenía que vincularse a su madre adoptiva y no a mí. Por su bien y por el mío sabía que era mejor que lo entregara en adopción. Incluso hoy, mi corazón se rompe cuando pienso en ese momento, mirando a través de la ventana del cuarto, diciéndole: "Lo siento mucho mi niño precioso que tengo que renunciar a ti, por tu bien y el mío, tengo que hacer esto, así que por favor, perdóname". Me encantó ese niño. Había luchado por él. Yo sabía que había hecho lo correcto para él.

Yo no era  creyente - yo no era cristiana en ese momento, pero  sabía que había un Dios justo, y que yo estaba haciendo lo que era correcto delante de Él y que lo honraba  de alguna manera.

Renunciar a este hijo  fue y sigue siendo una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida, pero yo sabía que su vida valía la pena y no me arrepentía de todo lo que había pasado.

Cuando vi a mi hijo, no vi al violador. Vi a mi hijo, mi propia carne y sangre.

Dos semanas más tarde, volví  a casa y nunca se me permitió hablar de lo que había pasado. Me dijeron que, por ser madre, "nunca encontrarás a un hombre decente que se case contigo. Sin embargo, siete meses más tarde, me encontré con Wayne.  

Estaba aterrorizada de que mi madre pudiera tener razón.  Sin embargo, tras un mes  de citas, le dije a Wayne que había tenido un hijo. Yo sabía que nos estábamos enamorando y vi  que él  tenía el derecho a saber  mi historia. Después de contarla, él me llevó a casa y pensé, "Ahí va otro. Nadie quiere mercancía usada". Dos días más tarde, Wayne me llamó y me preguntó si podía venir a verme. Él me llevó a un lugar maravilloso en las montañas de San Gabriel, aparcó el coche debajo de un árbol, un  pino hermoso, se volvió hacia mí y dijo: "Patricia, no me importa dónde has estado o lo que has hecho. Lo que es importante para mí es lo que puedes ser para mí ahora y en el futuro ". Cinco días más tarde, él me pidió  matrimonio.

Nos casamos hace 36 años, 8 meses y 2 días, y él me ha amado a pesar de todo lo que había pasado. Hemos tenido tres hijas. Rezaba a Dios: "¿Por qué no me das un hijo para criar?" Y sentía que Dios me respondía que mi hija había nacido el día de Navidad para recordarme  que Dios sabía lo que era  entregar  a su único hijo.

Años después, el 20 de mayo de 1993, comenzamos un viaje a Missouri a la ciudad natal de mi hijo Bob. Habíamos acordado reunirnos en el estacionamiento de una tienda Wal-Mart. Cuando llegamos Wayne y yo, no vimos a nadie que pudiera ser mi hijo, así que esperamos en un banco fuera de la tienda. A los  10 minutos,  empezó a  caminar hacia nosotros un hombre grande. Le acompañaba una mujer. Yo le había descrito la ropa que llevaría  de modo que sabía cómo identificarme. Cuando se acercó, me sentí como una pieza de un puzzle que  acaba de encontrar su lugar. Nos dimos la mano. hablamos un poco y su esposa y él nos pidieron que los acompañáramos a su casa.

Esa noche, Bob nos llevó a mi marido y a mí a la casa de su madre para cenar. Era un honor conocer a la mujer maravillosa que había sido la madre de mi hijo y lo había criado. Siento un profundo agradecimiento por el trabajo que hizo ya que yo no lo podía hacer. Siempre ha sido una héroe para mí.

Le agradecí el trabajo maravilloso que había hecho en la crianza de mi hijo, su hijo. A pesar de que yo soy su madre biológica, ella es, de hecho, su madre. Ella hizo todas las cosas que hace una madre y las hizo bien. En mi mente siempre será su madre.

Antes de la cena, dijo, "Patricia, ¿tendrías inconveniente en bendecir  nuestra comida?". Fue un honor.

Aquel día fue muy especial ya que pude hablar  y abrazar a mi hijo por primera vez. Mi corazón se llenó de felicidad, y me sentía orgullosa de  haberle dado la vida, cuando otros me querían obligar a abortar.
Les narré los detalles de cómo ocurrió todo y que la única cosa que podía hacer en ese momento, por su bien y por el mío también, era entregarlo en adopción. Cuando conté  la historia, Bob dijo dos palabras que hicieron que la espera de 35 años valiera la pena. Me miró a los ojos y dijo: "Gracias".

El año pasado, una semana después de su cumpleaños, mi hijo me sorprendió por completo al recogerme y llevarme a comer a un restaurante que frecuentaba en mi ciudad natal. Le  presenté mi hijo a la camarera, diciéndole que era el hijo que había  dado en adopción. Mi hijo miró fijamente a la camarera, me señaló y dijo: "Quiero que sepan que ésta es una mujer muy fuerte". Mi corazón se llenó de orgullo cuando le escuché pronunciar esas palabras.

Espero que todos ustedes pueden apreciar  cómo Dios toma las miserias de nuestras vidas y Él las convierte en una bella imagen.




BIO: Patricia Lawrence es  mujer viuda, madre de 3 hijas y madre biológica de un hijo, abuela de 7 nietos, y bisabuela de 6. Ella reside en Las Cruces, Nuevo México en este momento, pero pronto se mudará a Peoria, Arizona, para vivir con una de sus hijas, ya que está perdiendo la vista. Patricia colabora con Salvar El 1 (Save The 1) y ha escrito un libro con  su historia.

Saturday, February 4, 2017

Sus dos hijos murieron antes de nacer y ella sintió que Dios la llamaba para ayudar a otras mujeres


por Diana Valeria Contreras

A los 15 años fui violada y quedé embarazada. Esto ocurrió en el verano de 2008 en el sur de Chile.

Pasó el tiempo y supe que estaba esperando un bebé. Tenía miedo, no quería ser madre y lo guardé en secreto. Lloré mucho, sufrí mucho porque sabía que era otra persona la que vivía en mí y yo no tenía derecho a hacer nada más que protegerlo. Me preparaba psicológicamente para entender lo que jamás nadie te explica.

A los tres meses perdí a este bebé de manera involuntaria y ese mismo año me intenté quitar la vida y terminé en el hospital, con tratamiento para la depresión. Era horrible oír que las personas que sabían de mi situación decían que aquello era algo bueno. Me comentaban: “Al menos, no le verás el rostro".

En el fondo de mi corazón, aun conociendo los detalles de su concepción, lo sentí mío y buscaba mil explicaciones para el día en que me preguntaran quién era ese niño o la posibilidad de que él mismo me pidiera saber más sobre el origen de su horrible padre.

Pasaron los años hasta que conocí a un hombre del cual me enamoré y quedé embarazada esperando a mi segundo hijo. Pero a los 7 meses de gestación su corazón dejó de latir. Cuando llegué al hospital el médico le contó a mi madre sobre mi primer bebé y, encima, me trataron mal porque pensaron que yo había sido negligente con mi embarazo para provocar su muerte.

Di a luz sola, no dejaron entrar a nadie y mi hijo fue llevado como si su vida fuese nada. Esto ocurrió el 2014. Me dejaron con la subida de la leche y pude ver a mi hijo Gabriel en pésimas condiciones, en un frasco. Quedé tan mal, con una pena tan profunda, que incluso me despidieron de mi trabajo.

Entonces, experimenté un proceso de conversión que ya había  iniciado en mis primeros años de pubertad…

Después de  mi violación a los 15 años, el embarazo fruto de ese horrible acto y la pérdida espontánea del hijo que esperaba, seguía sintiendo ese abandono por parte de Dios aunque sabía que, de alguna forma, Él me había protegido cuando me intenté suicidar.

Tras la violación, me desvaloricé tanto que incluso llegué a prostituirme. Daba igual lo que pasara. Mi cuerpo experimentó un desorden tremendo y en mi casa no había recursos.

Vestía de negro y me hice el tatuaje de un dragón enorme en toda la espalda porque quería dejar plasmada mi rabia, mi dolor y justo había visto la película  de Millennium con la que me sentí muy identificada. Y como no conseguía exteriorizar lo que sentía, me hice ese dragón.

Cuando murió Gabriel, le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas?". Y un día me arrodillé y le dije: "Dame una explicación para entender esto porque me estás quitando las ganas de seguir en este mundo”.

Hasta que un día llegó una mamá pidiéndome ayuda y ahí entendí que todo absolutamente todo tenía un propósito y le entregué a Dios mi dolor.

Empecé a ir a la iglesia y a leer la Biblia.  Un grupo de estudiantes cristianos de mi Facultad me ayudaron mucho. Sabía  que había mucha gente que sufría  como lo había hecho yo y no quería que sintieran que no valían  nada. Dejé la ropa negra y el significado de mi dragón tatuado. Le dije a Dios: "Bueno, no puedes devolverme a mis hijos ni mi virginidad ni la juventud que perdí pero puedes aconsejarme para ayudar a otros".

Empecé  a perdonar. Primero, a mí misma por haberme despreciado. Y después  a todas las personas que me habían  hecho daño: a los médicos, enfermeras... También a mi violador. Me costó mucho. Pero con el perdón  alcancé  la paz.


Hoy, trato de que ese dolor que ahora es nostalgia sea mi motor para ayudar a otros. Si hoy estoy levantada es por la Misericordia de Dios. Comprendí que hasta las cosas más  tristes de este mundo tienen un propósito. Y Dios es capaz de sacar hasta la pena más grande y devolver las ganas de vivir. Él te recompensa por cada prueba que te hace pasar.


Ahora estoy soltera  y luchando todo lo que puedo por los derechos del no nacido en memoria de mis hijos, en memoria de mi propio dolor, porque lo que más necesitamos es apoyo para seguir adelante sin tener que matar a nadie.

Diana Valeria Contreras, seguidora de Salvar El 1 ha compartido su historia con nosotros. A su corta edad, ella ha experimentado lo que es amar a un hijo concebido en violencia y a otro que falleció antes de nacer. Es la presidenta de la Fundación Ángel de Luz, una asociación que aboga por la identidad de los bebés fallecidos antes de nacer.