A comienzos del 2014 iniciamos como
familia un sueño: Queríamos tener más hijos. Teníamos una hija biológica y
vimos la opción de que la familia creciera por medio de la adopción en el país
que vivimos pero que no es el nuestro.
Para ser sincera, adoptar no fue un plan
en mi vida, pero, desde el momento que decidí aceptar este camino, amé la idea
y sabía que Dios había elegido un hijo para mí; confié desde el principio que
era parte de Su plan para mi vida y me acompañó durante todo este proceso en mi
pensamiento que Sus planes son más altos que los míos.
Lo que sí soñaba era con una niña que
fuera menor que mi otra hija, pero no me detuve a pensar en otros
"deseos". En medio del proceso nos presentaron un caso de una mujer
con conflicto en su embarazo, no podía tenerlo por diferentes razones.
Aceptamos que nos conociera, se realizó exámenes médicos de rigor, ya estaba en
su séptimo mes, era un embarazo de alto riesgo y, desde que conocí a Manu en la barriga, me enamoré de ella.
El parto tuvo que ser adelantado y nos
presentamos en la clínica. Era una cesárea por el riesgo para la bebé;
estábamos afuera ansiosos, felices y queriendo ver la cara de Manu. Ya
estaba pasando mucho tiempo y yo empecé a sentirme muy nerviosa así que comencé
a hablar con Dios y pedirle que todo estuviera bien. En ese momento
escuché una voz en mi corazón muy nítida que me decía: "Para este tiempo has nacido, para este tiempo te escogí". Para
mí es un verso conocido de la Biblia, pero no entendía por qué esas palabras se
fijaron en mi corazón.
Recibimos una llamada, era la abogada
del proceso quien nos informaba que “la bebé no venía bien” y que debido a
estas circunstancias podíamos retractarnos. Luego, un silencio
eterno. Yo no lograba imaginarme como nació Manu, qué era lo "terrible"; al
poco tiempo salió la obstetra y nos dijo
que había nacido con Síndrome de Down.
Para mí fue impactante porque no era lo
“planeado” por mí, pero seguía siendo Manu, nada había cambiado respecto a lo que sentía hacia ella. Debido a
otras complicaciones médicas, Manu debió ser hospitalizada al nacer durante
aproximadamente 10 días, tiempo que, como familia, nos otorgaron para pensar
qué hacer. La visité cada día, era tan linda y pequeñita, cómo no amarla,
era tan fácil, ya estaba instalada en mi
corazón.
En estos días de ir y venir de la
clínica para visitarla pensaba muchas cosas. Recordé cuando tenía más o menos
20 años y cuidaba en la sala cuna de la iglesia a la que asistía a un bebé con
Síndrome de Down y se quedaba dormido en mis brazos y me daba unos abrazos que
nadie nunca me dio. Evoqué también casi como una oración que quería un abrazo
así para toda la vida. Recordé que hacía poco que mi hija mayor, quien
tenía una compañera en su clase de música con Síndrome de Down, me preguntó
camino del parque: "Mami, ¿qué harías si la niña que vamos a adoptar es
como Nicole? Pensé también que Dios nos
estaba confiando la hija que Él sabía era lo mejor para nuestras vidas y
nosotros seríamos lo mejor para ella porque Dios no juega a los dados con
nosotros. Recordé versículos de la Biblia: “Les aseguro que todo lo que
hayan hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo han
hecho”. Recordé el amor incondicional de Dios, su fidelidad, su amor
hasta dar su vida por mí. Pensé en la carita de Manu, cuan indefensa y
preciosa.
Al salir de la clínica decidimos que
Manu se venía con nosotros a casa. Mi hija mayor saltaba de la dicha y yo aún
más.
Pero, tiempo después las cosas tampoco salieron como yo las había planeado,
ya que cuando me casé pensé que sería para toda la vida, y en el momento menos
apropiado (si es que hay algún momento apropiado) quien era mi esposo defraudó
mi confianza y decidió irse de la casa. Manu tenía tan solo dos meses.
Debido a esta decisión el proceso de
Manu que no había culminado se tambaleó. De repente éramos una familia no idónea o apta para adoptar.
Con un valor que no era mío y una tenacidad que empecé a conocer en mí, hablé
con todos los implicados en el proceso y, después de un “receso” en la adopción
que era la opción más segura para Manu quien podía terminar, en contra de mi
voluntad, en una Institución, empecé de nuevo el proceso de adopción como una
mamá sola, en un país que no era el mío, donde no vivía mi familia, donde me
sentía realmente sola porque así lo estaba. De nuevo, los miles de pruebas,
exámenes, requisitos, pero Manu lo valía, el amor de su hermana mayor por ella
lo valía, mi amor de mamá lo valía.
Éste ha sido un amor probado, por llamarlo de alguna manera.
Amándola como sólo Dios sabe que la amo, la entregué a Él. Estaba visto que mis
planes no iban a prevalecer y yo seguía confiando en el amor de Dios y su
cuidado para nosotras. Solo Él sabía cómo iba a terminar toda esta
historia que parecía una montaña rusa de emociones.
Manu es una luchadora, no se rinde,
persevera, es alegre, las pocas veces que ha estado mal de salud su ánimo es
lleno de valor; fue intervenida de emergencia del corazón cuando tenía 5 meses
(lo planeado según el cardiólogo era al llegar a los 2 o 3 años) pero ya nada
me sorprendía ni me asustaba, su vida estaba transformando la mía.
Mi bella Manu tiene hoy dos años, ya me llama 'mamá', y es mi hija desde
que estaba en otra barriga gestándose, es la hermana favorita del mundo mundial
de mi hija mayor, es amada por sus abuelos y sus tías.
En conclusión, Manu ha sido una bendición, un regalo de Dios para mi vida en la
medida que Él sabía yo necesitaba, nos ha hecho transitar un camino lleno de
retos con valentía y tenacidad; ha hecho que los días pasen muy rápido porque
son tantas las tareas que una mamá con un niño con esta condición debe hacer
para que cada día este mejor (así pronto nuestro sueño de vivir en nuestro país
y contar con la compañía de mi familia será una realidad). Hemos
aprendido sobre desarrollo cerebral, un tema apasionante ahora para mí; aunque
he amado la alimentación y hábitos saludables ella nos ha enseñado caminos aún
mayores y más especializados que nos han llenado de bienestar. Me animé a
estudiar para ser Health Coach y ya
estoy certificada; mi hija mayor es ahora más sensible y empática, y sé que la
está ayudando a ser un ser humano aún mejor.
Todos ganamos con la vida de Manu, así
que, si ves a una mamá que está esperando un niño con esta condición, cuéntale
que es bendecida, que es un regalo del cielo con un empaque inesperado, pero no
menos maravilloso; si ves a un niño o adulto con Síndrome de Down no lo mires
con compasión. Míralo con admiración, está transitando en esta vida para
transformar corazones y llenarnos de su amor.
Claudia Ramírez, Venezuela.
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