“El camino que seguía era siempre el
mismo. Eso me daba cierta seguridad y me sentía confortada por el aroma a
flores que en primavera llenaba la atmósfera... No podría haber imaginado lo
que pasaría. Caminaba sin prisas, como siempre; observando el paisaje y a la
gente…cuando un golpe, como de relámpago, me nubló la vista, una mano fuerte y
fría rápidamente me hizo ir unos pasos hacia atrás, tropezando con mis propios
pies. Un olor, un olor que se impregnó en mi misma y unos ojos rojos,
embravecidos, de bestia, que me miraban sin mirarme y me atravesaban como un cuchillo,
la boca abierta…la rabia en su mirada…y una voz, un bramido, un rugido…era una
bestia.
Con fuerza, me sometió con un cuchillo
al cuello; traté de liberarme de esa bestia con todas mis fuerzas. Una mano
sudorosa me cortaba la respiración y el habla, no podía contra tal fuerza y la bestia
disfrutaba el esfuerzo, como si eso quisiera. Me traspasó con terrible dolor, me
torturó, me utilizó, me corrompió. Descargó sus más bajos instintos sobre mí…
De proporción inmensa, dejó en mí cicatrices imborrables, heridas que no sanan,
la locura por dentro, poseída por tal ira me convertí en quien no era.
Ahora, esa ira era parte de mí.
El tiempo no sanó sino los huesos, las
heridas superficiales. El tiempo pasaba sin pasar, los segundos y minutos no se
detenían y tampoco avanzaban, la vida estaba estancada… lo sabía, el torturador
había hecho un daño profundo, uno que no era perceptible a simple vista. Mis
sueños, mi tranquilidad, mis pasos no eran ya los mismos, caí en una profunda
depresión, sin luz, sin retorno, sin salida.
Pero el monstruo no me había dejado
del todo ese día, me perseguía en sueños, en voces y olores que sólo yo
percibía, su mirada, esos ojos podía verlos en todos. En
todos…hasta en mi misma. La locura llegó a tal extremo que sentía crecer dentro
de mí a mi atacante, lo sentía, oía latir su corazón, estaba al borde de la
locura, no encontraría paz hasta deshacerme de “eso” que me mantenía atada a
ese monstruo. Decidida, tomé la decisión, no había cordura en ella, la perdí
ese día, la perdí junto con mis sueños y planes, con mi alegría, con la
seguridad de mi vida; ahora todo era oscuro, todo era sombrío, nada parecía
correcto, nada parecía perfecto, el aire faltaba.
Estaba segura que necesitaba sacar de
dentro de mi “aquello” que crecía sin mi permiso, sin mi conciencia, busqué
terminar de cualquier forma con “eso” y decidí envenenarle. Sin embargo, su fuerza
era mayor y no logré mi cometido. Traté diferentes formas, ninguna
funcionó, parecía estar aferrado a mí, sepultado conmigo; respiraba conmigo, en
tanto yo no muriera, “eso” tampoco lo haría…y sin embargo, cada vez que
intentaba un truco nuevo era yo la que moría un poco…¡ayuda!, la ayuda que
busqué ese día y que nadie me brindó, eso era lo que necesitaba, la encontraría
ahora, la encontraría…
¡Eso! Un especialista de bata blanca,
con limpias manos e instrumentos, en un ambiente seguro y con voz tranquila,
uno de los “buenos”. Acudí ahí donde me ofrecían la paz que buscaba a
costa de un precio. Ni medí los ceros, pues cualquier precio era poco para
recuperar algo de lo perdido.
Llegué puntual a la cita, me calmó la
seguridad de las personas que me miraban satisfactoriamente por la decisión que
tomaba. Estaba convencida, era necesario sacar “eso” de mí, que crecía y crecía
y que me enloquecía un poco más cada día…era urgente actuar ya.
El olor ahora era distinto, pero mi
corazón latía tan rápido como en aquella terrible hora. Mi respiración
aumentaba y el sudor se hace presente… “tranquila, tranquila que pronto pasa”.
El especialista llegó con una sonrisa,
una bata inmaculada y acompañado de otras personas de mirada extraña.
Empezó todo demasiado aprisa, no había tiempo que perder, tomé la
decisión un poco tarde, pero “nada pasaría” según me explicaron antes. Un
poco de dolor, nada comparable, esperar un poco, yo miraba el reloj, el
movimiento de sus manecillas. Escuchaba el tic-tac de su avance, nada pasó,
nada, ¿Qué sucede? No ha sido suficiente, el dolor que traspasaba mi alma se convertía
en angustia, mi corazón más rápido, tic-tac del reloj, miradas extrañas, “no
importa, haremos alguna otra cosa, tu tranquila”… sentí las convulsiones, el
retorcerse de su cuerpo lastimado, de repente un dolor, como de rayo, lo
conozco, lo sentí antes. ¿Qué sucede? Ahora los instrumentos, el sonido, el
olor, las voces, con rapidez asombrosa penetraron en su espacio, en su intimidad,
lo torturaron, lo asustaron, tic-tac más rápido, angustia, ¿Por qué siento
angustia? Una máquina, con la frialdad de esa máquina le destrozaron, poco a
poco y sin remordimiento en sus miradas, una sonrisa. La sangre brotaba
sin pausa, las armas del homicidio fueron dejadas a un lado, todo había
concluido.
Impecables en su vestir, los tres
salieron sin mancha, dejaron la habitación con el olor a sangre, y a la vista
sólo un cubo con bolsas negras en su interior, no había testigos, no había
cadáver. No había tic-tac…aunque el reloj seguía en su avance implacable.
Se fueron, me quedé ahí, aterrada, la
cordura volvió a mí en un momento inadecuado, ¿Qué hice? Me convertí en
victimario, soy el monstruo y no la víctima, el inocente fue asesinado.
Cerrada en el dolor que me poseía no fui capaz de ver la realidad en su
dimensión, estaba oscurecida por la ira, y la prisión que me encierra ahora es
peor: soy yo misma.
El olor del monstruo ya se ha ido, sus
ojos he olvidado, no recuerdo ni su peso ni su talla, hay un único sonido que
no logro borrar de mi mente y de mi corazón: el tic-tac que se apagó con
esa máquina
La mano que me asfixiaba no era mía,
era un monstruo que me poseía, la mano que pagó el asesinato del inocente la
conozco, la veo cada día, la recuerdo entregando cada céntimo, yo firmé por un
asesinato, y sigo pagando el precio a cada instante.
He caminado nuevamente por los
senderos conocidos, esperando a que el monstruo ataque de nuevo, quizá, sólo
quizá podría saldar mi cuenta con el inocente.
El agresor y el cómplice especialista
siguen libres, yo me encuentro encerrada en la cárcel de mi vida. La pena es
perpetua, nadie puede liberarme, ahora lo sé, ni yo misma. Cuando la locura me visita,
me concentro para recordar aun por un momento: tic-tac, no de un reloj, sino de
una vida.
La culpa la llevo yo en soledad
profunda, y por ello puedo decirte, no firmes, no pagues, no te vuelvas
victimario, no eres juez, sólo víctima, el verdugo deberá pagar su culpa. El
olor del monstruo se olvida, el silencio de la muerte, de un aborto nada lo
quita.”